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Juan Luis CalderónSeptember 28, 2016

No me gusta mucho hablar de influencias ni de condicionamientos. Prefiero la palabra “presencia”. Recuerdo especialmente, entre las muchas “presencias” que habitan mi vida, ciertas frases de mi padre. Él nos transmitía una sabiduría de vida en pequeñas dosis a través de frases que se convertían en lecciones ocasionales. Éstas son hoy parte del acervo cultural de mi familia. Fallecido ya mi padre, nosotros sus hijos seguimos transmitiendo ese conocimiento a la siguiente generación a base de repetir las frases.

Jesús también enseñaba su novedoso modo de ver la vida a través de pequeñas frases. Estas frases del Evangelio se han vuelto famosas a base de repetirlas. Las hemos escuchado tantas veces que las hemos memorizado. Y las seguimos repitiendo como el mejor modo de anunciar la Buena Nueva y de transmitirla a los que vienen detrás. Pero no perdamos de vista que estas frases (las de Jesús y las de mi padre) no las repetimos sólo para que las aprendan los más jóvenes. Las repetimos para que podamos, nosotros mismos, recordar nuestro horizonte.

Este domingo Jesús pronuncia una de sus frases más gloriosas y famosas. Tan impactante para algunos que san Agustín denomina a este domingo como la Solemnidad de la humildad del Señor. Dice Jesús: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’ y los obedecería” (Lc 17,6). (En la versión de Mateo 17,20, lo que se movería es una montaña).

Pero, ¿qué tiene que ver esto con la humildad? ¿No sería más bien el orgullo de creerse capaz de cualquier cosa? Pues no. La clave de estas palabras de Jesús está en identificar la semilla de mostaza con la humildad. Por muy pequeña que sea, la fe—igual que la semilla de mostaza es pequeñísima—puede dar fruto. El que es capaz de orar todavía está vivo y “mientras hay vida, hay esperanza” (lo decía mi padre y también lo dice Eclesiastés 9,4). El problema no es tener poca fe, sino perderla completamente.

Ante las dificultades, nos aferrarnos a la fe en la esperanza de que algo mejor vendrá. Así lo ha prometido Dios como Padre amoroso que nos consuela y nos anima a seguir adelante. Esta imagen paterna me recuerda cuando mi padre nos enseñó  a usar las herramientas. Yo, con mi torpeza infantil, me desesperaba por no saber hacer las cosas y mi padre me decía que volviera a intentarlo.

El grano de mostaza es el ardor de la humildad. Es el reconocimiento de que Dios está ahí y sigue mostrándome nuevos modos y nuevas maneras de seguir adelante y hacer que la vida cobre nuevo rumbo. Así, actuando con esperanza, grandes cosas sucederán en mi vida, aunque ahora parezcan imposibles. Jesús no dice que movamos un árbol y lo echemos al mar, sino que plantaríamos el árbol en el mar. Esa es la esperanza cristiana que hoy nos anima. Hay futuro y será de vida.

Esto no son sólo palabras bonitas y lo sabemos. De hecho necesitamos pasar de la teoría a la práctica. La Palabra se encarnó y todavía pide encarnarse. Por ejemplo, mi “encarnación” del Evangelio de hoy es mi experiencia como emigrante en los Estados Unidos. ¿Cuántas veces me he sentido como un árbol plantado en el mar y, sin embargo, aquí sigo, enraizado en este mundo nuevo? ¿Cuál es tu historia? Cuéntamela en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv o en Facebook iLupe.

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Oración:

La fe es un don de Dios que yo recibo y decido usar o no. ¿Soy humilde como para pedir a Dios que me ayude? ¿Cómo conecto la fe y la esperanza? ¿Vivo de modo esperanzado la presencia del Dios en el que creo? ¿Cómo comparto mi fe con los demás? ¿Cómo enseño/ayudo a mis hijos a tener fe?

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adriana curbelo
7 years 6 months ago
Cada vez mejor La Divina Trinidad lo siga iluminando

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