Como se ve, no luzco el título de “cardenal” delante de mi nombre y, por tanto, no tendré derecho a voto en el inminente cónclave. Sin embargo, como a todo católico sensibilizado, me sobran las ideas sobre cómo tendría que ser el nuevo papa y sobre las cosas que debería hacer.
No es raro que aquí, en la revista America, se hayan recibido estos días todo tipo de preguntas. La mañana en que el papa Benedicto XVI hizo pública su renuncia, respondí una llamada de un periodista que me preguntaba qué tres cualidades debería reunir el nuevo papa. “Bueno, primero ─le dije─ tiene que ser una persona santa. Segundo, debe ser capaz de predicar el Evangelio de modo eficaz. Y tercero, tiene que tener capacidad para trabajar en una gran diversidad de culturas”. Hubo un silencio algo molesto al otro lado del teléfono. “Padre, yo no puedo escribir eso de que tiene que ser santo ─me dijo─. Yo esperaba que me dijera usted algo sobre la ordenación femenina o sobre el control de la natalidad”. Lo de la santidad le dejó fuera de juego.
Hay muchos desafíos que la Iglesia tiene planteados y que me gustaría que el próximo papa supiera afrontar. La lista es tan larga que no cabría en esta columna. Pero, a medida que se acerca el cónclave, pienso menos en los asuntos y más en la persona. Pocas personas pueden predecir qué cosas ocuparán el tiempo y la mente del próximo vicario de Cristo; ninguno de los cardenales electores tiene el don de la adivinación. Por eso, junto a todo ese tipo de consideraciones tan de moda sobre si un candidato reúne ciertas cualidades (de gestión o de cualquier otro tipo), es importante no perder de vista las cualidades espirituales: si es un hombre de oración, si está libre de ataduras o cómo experimenta su propia relación con Dios. En una palabra: su santidad.
Y déjenme añadir otra cualidad que también es importante para una persona santa: el sentido del humor. No se me ocurre ninguna otra profesión que requiera tan agudo sentido del humor como la de papa. Es fundamental, por ejemplo, para conservar al menos un mínimo de humildad. Resulta difícil no darse ínfulas si todo el mundo te besa el anillo y te llama “Su Santidad” o “Santo Padre”. (Con franqueza, una de mis fantasías sobre lo que yo haría si fuera papa sería decir: “no me mola mucho eso de “Padre”, porque uno solo es vuestro Padre y está en el cielo, como ya dijo mi Jefe.”)
Saber reírse de sí mismo, además de fomentar la humildad, hace que los demás se sientan más cómodos. Un buen modelo de humor pontificio fue el papa Juan XXIII, que durante su pontificado hizo gala del don admirable de no tomarse en serio a sí mismo. Se cuenta que una vez, durante un acto público, su micrófono no funcionaba bien y él se limitó a decir a la multitud que le escuchaba: “No se preocupen si no oyeron bien lo que dije. No se han perdido gran cosa, porque la verdad es que no dije nada especialmente interesante”. El arzobispo Fulton Sheen condujo durante 20 años un programa de radio muy popular que luego pasó a la televisión a principios de los años 50 y lo retomó en los 60; él contaba que Juan XXIII le dijo una vez: “Si desde el comienzo de la eternidad, Dios sabía que yo iba a ser papa y tuvo 80 años para irme modelando ¿por qué me haría tan feo?
¿Habrá algún candidato papal que pueda cumplir el requisito del sentido del humor? No conozco tan bien a los papabili como John L. Allen Jr., Thomas J. Reese, S.J. o como Robert Mickens, por tanto no puedo asegurarles si el cardenal Gianfranco Ravasi es la monda o si el cardenal Angelo Scola sabe contar bien los chistes. Pero sé que hay por lo menos un tipo que sí da la talla: el cardenal Timothy J. Dolan, de Nueva York. Cuando me invitó a su programa de radio el año pasado, el cardenal Dolan contó que, siendo arzobispo de Milwaukee, tuvo un encuentro con Juan Pablo II y estuvieron departiendo un rato. “Santidad ─dijo Dolan─, la archidiócesis de Milwaukee ha crecido mucho”. Juan Pablo II le miró de abajo arriba y dijo: “Y su arzobispo también”.
Respecto al sentido del humor, si los cardenales no me creyesen, al menos deberían creer al que fue su jefe hasta hace unos días. Benedicto XVI, en una entrevista concedida durante su pontificado, quiso compartir esta reflexión:
Creo que Dios tiene un gran sentido del humor. A veces nos da un poco con el codo y nos dice: “no te tomes demasiado en serio”. El humor es, de hecho, un ingrediente esencial en la alegría de la creación. Podemos ver cómo, en muchas situaciones de nuestra vida, Dios nos invita a tomarnos las cosas con un poco más de ligereza, viendo la cara divertida que puedan tener, nos invita a bajarnos del pedestal y a no dejar de lado el sentido del humor.
Pidamos entonces por un papa que se tome muy en serio a Dios y a la Iglesia, pero no a sí mismo.
James Martin, S.J., es editor de la revista Americay autor del libro electrónico: Together on Retreat: Meeting Jesus in Prayer (HarperOne).