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Juan Luis CalderónJanuary 21, 2017

Parece que Jesús le tomó gusto a eso de meterse en problemas. Nacer en un pesebre, ser perseguido, huir, el exilio… Después de recordar las peripecias y peligros que tuvo que superar desde su más tierna infancia, a cualquiera le darían ganas de renunciar a la misión.

Pero después de haber dejado las glorias del cielo, a este Dios-hecho-hombre como que nada le asustaba. Lo encontramos de nuevo en esa actitud valiente y decidida en el Evangelio que proclamamos este domingo. ¿Se han dado cuenta que, desde su encarnación, el único lugar seguro que encontró en esta tierra fueron los brazos amorosos de María y José?

Apenas su amigo y precursor Juan el Bautista fue condenado a la pena capital y ejecutado, lo más prudente parecería quedarse en casa llevando una vida sencilla y pacífica. Ahora, Jesús deja el calor del hogar y se va nada menos que a la “Galilea de los paganos”. Jesús comienza así lo que llamamos su vida pública en el último lugar en el que un profeta lo haría. Pero Jesús es diferente, porque Dios también es diferente a lo que nos imaginamos de Él.

El plan salvífico está decidido a envolver a todos. Este “todos” es absoluto. Por “todos” se entiende por cada persona a lo largo de los siglos hasta completar la Historia. Bien podemos decir que la palabra universal jamás ha tenido una acepción más amplia y global. Como es para todos, los primeros incluidos son los excluidos. Por eso Jesús se traslada a la parte de Galilea llamada “de los paganos”.

De hecho, los habitantes de Jerusalén discriminaban contra esta zona de tierra judía. Tanto que hasta dieron a la región el despectivo nombre de “Galilea de los paganos”. El papa Francisco decía hace pocos días en una homilía: "Una parroquia de chismosos y chismosas es una comunidad incapaz de dar testimonio". Podríamos aplicar eso mismo al insulto y la discriminación por causa que sea.

Jesús va donde hay necesidad de Dios. Para eso ha venido. No pierde nunca ese horizonte. Lo vemos desde el milagro de la concepción virginal y la encarnación; lo seguimos viendo en sus primeros pasos en el ministerio. Y seguiremos viéndolo hasta momentos antes de morir cuando intercede por esos pobres desdichados que se creen que se las saben todas pero que en realidad no saben lo que hacen. Para hacer su cometido, Dios quiso descender a las entrañas suficientes de la humanidad y recuperarnos.

El misterio de la Navidad nos conecta con este abajamiento de Dios. San Pablo usó el verbo κενόω (kenóō) “vaciar" para expresar esta idea. Dice hablando de Jesucristo: “Quien siendo en forma de Dios, no consideró ello como algo a que aferrarse; sino que vaciándose (ekénosen) a sí mismo, tomó forma de siervo, siendo hecho en semejanza de hombre y hallado como uno de ellos…” (Filipenses 2:6-7).

Esta teología de la kénosis (del vaciamiento, del abajamiento) debería resultarnos más inspiradora. Porque nuestra salvación está íntimamente ligada a ella. Para llegar al cielo, también nosotros debemos vaciarnos de nosotros mismos. La diferencia es que, en nuestro caso, no es perder la esencia de lo que somos, sino recuperarla. Me explico.

En esta tierra denigrada de Zabulón y Neftalí, donde los (aparentemente) más cumplidores ni les reconocían el derecho a llamarse hijos de Dios, es donde Jesús habla por primera vez de conversión. No acusa, solo ofrece salvación. Los que debían mantener con más ardor la fe despreciaban a los de esta tierra y los habían abandonado espiritualmente, rompiendo la debida comunión.

Los (aparentemente) más cumplidores no les reconocían el derecho a los habitantes de Zabulón y Neftalí de llamarse hijos de Dios. Los que debían mantener con más ardor la fe despreciaban a los de esta tierra y los habían abandonado espiritualmente, rompiendo la debida comunión.

Es aquí donde Jesús habla por primera vez de conversión. No acusa, sólo ofrece salvación.

La gente de estas tierras se había dejado influenciar por costumbres paganas. Era, como dijo Isaías, una tierra en tinieblas. Pero el que es la luz llegó a iluminar. No lo hizo echándoles en cara su liberalidad o sus pecados. Lo hizo llamándoles al cambio. Jesús usó la palabra μετανοέω (metanoia) que hace más referencia a la conversión que al arrepentimiento. Ya hablaremos más sobre ello. Quede por hoy el mensaje: a la oscuridad hay que llevar la luz. Pero los que la reciben necesitan algo más que ver la luz; necesitan dejarse iluminar.

¿Qué luz ves tú si no quieres acercarte ni dejarte iluminar?

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Señor, mi vida es como una calle durante la noche. Está iluminada en algunos tramos y oscura en otros. Dame fe para dejarme iluminar por ti y valor para caminar contigo donde esté oscuro. Y seguir así hasta que llegue a mi destino en ti. Amén.

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