Domingo de Ramos
9 de abril de 2017
Lecturas: Is 50: 4-7 | Salmo 21 | Flp 2: 6-11 | Mt 26: 14–27, 66
Podría contarles muchas cosas vividas y sentidas en mis viajes a Israel. Seguro que otras más quedarán reflejadas en estos artículos de “La Palabra” en America. Hoy, porque es Domingo de Ramos, recuerdo la impresión al ver, desde Getsemaní (el Huerto de los Olivos), la puerta dorada de la muralla de Jerusalén. Según la tradición, por ella entraría el Mesías. Por ella entró Jesús tal día como hoy. Como no todos creyeron que la promesa se había cumplido en Jesús, decidieron tapiar la puerta. Establecieron un cementerio a cada lado de ella para imposibilitar que el Mesías entrara en la ciudad reclamando su autoridad. Lo ves, te lo cuentan y… te dan ganas de llorar.
Hagamos algunas consideraciones:
Si el Mesías debía ser –políticamente– el Rey de Israel, bloqueando la puerta se impediría al legítimo heredero ocupar el trono prometido por Dios mismo. Es decir, el que ocupe el cargo, sea quien sea, no es más que un vulgar usurpador. ¿Tan avaros somos que hasta podemos robar al otro lo que le pertenece?
Si el Mesías debía ser –religiosamente– el Sacerdote de Israel, bloqueando la puerta se impediría que el representante de Dios guíe a su pueblo. Cualquier otro líder se convierte en un aspirante a algo que no le corresponde sin base para presentarse ante el pueblo, ni aún camuflándose de solemnidad. ¿Tan indignos somos que hasta podemos aparentar lo que no somos?
Si el Mesías debía ser –espiritualmente– el Profeta de Israel, bloqueando la puerta se impediría cumplir el proyecto de Dios para su pueblo. Cualquier otro carece de la mínima autoridad moral sobre la comunidad. Él lo sabría y la comunidad lo sabría. ¿Tan soberbios somos que hasta podemos callar la palabra de Dios sustituyéndola por la nuestra propia?
Dicen que “en el país de los ciegos, el tuerto es rey”. Todos en Jerusalén y en Israel supieron que la puerta se había cerrado y, con ella, las posibilidades de cumplimiento de la promesa de Dios. Mal panorama para una nación basada en su elección divina. Quizás por eso la historia de Jerusalén (la ciudad de paz) ha sido tan convulsa y violenta. No por “castigo de Dios”, desde luego que no; sino por la mala administración a todos los niveles que ha padecido a lo largo de los siglos. Para mí eso simboliza la puerta dorada tapiada, suprimida, anulada como si no existiera: es el icono de la negación a Dios.
Dice el chiste que Jesús entraba en Jerusalén sobre un burro. Éste, al escuchar los vítores de la gente, se levantó sobre las patas traseras para saludar a su público. Ya saben quién calló por tierra. Ante tantos protagonistas en el Domingo de Ramos, Jesús queda oscurecido porque se sale de nuestros estándares de gloria y reinado.
Lo bueno es que todo esto tiene un “final feliz”. Porque el Mesías ya había entrado por la puerta dorada y había ocupado los cargos y responsabilidades que le correspondían: Sacerdote, Profeta y Rey. No los ocupó quizá en el modo que los humanos imaginamos. Pero, lo hizo del modo que Dios pretendía con una visión universal y salvífica, por encima de las reducidas fronteras nacionales. Nada pudo impedir que el proyecto de Dios se realizara. Jesús entró en Jerusalén, la profecía se cumplió y los nuevos tiempos se inauguraron. Puede ser que la manera desborde nuestros modelos, pero la verdad es que la gloria de Dios siempre triunfa. No se deja vencer por nuestras iniquidades, aunque actuemos como burros que saludan a un público que no es suyo. Las entradas que cerramos y las funciones que usurpamos no pueden frenar a Dios.
Hoy es Domingo de Ramos y lo que de verdad cuenta es que Dios hace su parte y nosotros somos capaces de reconocerlo. Que Jesús entra en la Jerusalén de nuestra vida y nosotros damos gloria a Dios por ser elegidos para una vida nueva. Hoy es el día de la promesa que se cumple en nosotros y de la esperanza por algo más que sucederá. La puerta de nuestras murallas se ha abierto para que el Señor entre. Nuestro espíritu se alegra. Nuestra alma se prepara para vivir Su Pascua y hacerla propia. A fin de cuentas, cuando todo vuelva a estar en silencio, nos pondremos en oración con Jesús. Recordaremos que los aplausos pueden ser sinceros. Luego lo acompañaremos por las calles de nuestra existencia, convertidas unos días en vía dolorosa y otros en camino de resurrección.
Que Dios les conceda una buena y santa semana.
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Oración
Entro en mi alma junto a ti Jesús. Te invito a pasar y me gozo en tu venida. Agito los ramos de todo mi ser para recibirte y para hacerte espacio. Eres bienvenido. Amén.