Solemnidad de Todos los Santos, A
1 de noviembre de 2017
Rev 7: 2-4, 9-14 | Salmo 24: 1bc-2, 3-4ab, 5-6 | 1 Juan 3:1-3 | Mateo 5:1-12a
La esperanza cristiana alimenta nuestros pasos por la vida. Siempre queremos más, deseamos crecer, ansiamos mejorar. Con esa ilusión seguimos adelante. No es un mero “vivir” como buenamente podamos, sino que es compartir nuestra existencia con el Dios que nos la dio. Por eso decimos que vivimos con esperanza. Además, esa espera es “cristiana”, fundamentada en Cristo como su origen y su fin. Tanto la revelación de Dios como la vida de Jesús en la tierra nos sirven de acicate cotidiano.
Una esperanza cristiana se basa en la humanidad de cada uno; en el esfuerzo con el cual colaboramos en la construcción del Reino. La encarnación de Dios en Jesucristo saca la esperanza de lo teórico y la encarna. Después de Jesús, de sus milagros, su cruz, su solidaridad con los demás, la formación de la comunidad, todo es diferente en el corazón de la espiritualidad.
Nunca antes se había hecho una propuesta como la cristiana. Más allá del culto y la adoración, del respeto y del temor, gracias a ésta podemos esperar en Dios y colaborar con él. Nuestro Dios cercano nos toma de la mano en los asuntos cotidianos. Es tan cercano que ha compartido (desde nuestra misma naturaleza) la realidad de ser humano, con los pies en la tierra y la mente en el cielo. Por eso mismo, el modelo cristiano de santidad se ha separado de las propuestas de otras religiones. El proyecto cristiano de “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo” (Mt 22:37-39) hace de la fe un motivo de solidaridad con los demás y de la transformación social.
La encarnación de Dios en Jesucristo saca la esperanza de lo teórico y la encarna.
El proceso de canonización de un santo en la Iglesia católica requiere dos milagros comprobados. Es decir, la persona que la Iglesia propone como modelo de comunión con Dios —quién amó a Dios y a los demás— desde la gloria, sigue intercediendo ante el Señor por el prójimo. Me gusta pensar en los santos como “hermanos mayores”. Quizá por mi experiencia personal con mis hermanas y hermanos, siempre cuidadosos y amorosos conmigo. Imagino a los santos en el cielo velando, mirando desde el silencio, atentos a mis andanzas, prontos para una palabra de consejo, para echar una mano, para proteger y acompañar.
La solemnidad de Todos los Santos (celebrada el día 1 de noviembre) va acompañada de la conmemoración de los Fieles Difuntos (el día 2 de noviembre). Celebramos la memoria de aquellos que ya gozan de la presencia de Dios y de aquellos que fueron cristianos antes que nosotros. Los días consecutivos indican el proceso: de la vida a la muerte, de la muerte a la vida eterna. No es sólo un canto de alabanza por aquellos que vivieron heroicamente las virtudes cristianas, sino una celebración de la comunión entre Dios y los hombres, entre el cielo y la tierra y de los seres humanos entre sí. Una solidaridad tan profunda que trasciende las épocas, las culturas y los idiomas. Señala que los cristianos que disfrutan de la gloria de Dios son intercesores ante el Intercesor.
No estamos solos en la vivencia de la fe aquí en la tierra; lo hacemos en comunidad. Nos enseñamos los unos a los otros, nos bautizamos unos a otros, compartimos juntos en fraternidad espiritual. Tras la muerte, seguimos en comunión entre el cielo y la tierra, entre la vida y la vida eterna. Esta es nuestra fe. Esta es nuestra esperanza. Esto es lo que estamos llamados a disfrutar.
Rezamos esta semana junto a los santos y los difuntos. Así nos preparamos para nuestra muerte que será también nuestro paso a una vida mejor: la vida eterna junto a la gloria de Dios.
Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
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Oración
Cuando me siento preocupado por las penas cotidianas y sólo me queda mirar al cielo, me encuentro, Señor, contigo y, junto a ti, con todos aquellos que fueron antes que yo. Su ejemplo me ayuda mantener la esperanza. Porque ellos también pasaron por donde yo paso, sufrieron como yo sufro, disfrutaron y padecieron, su vida fue como la mía. Así me lleno de fuerza porque deseo también gozar de ti junto a ellos en mi día. Amén.