4 de marzo de 2018
Tercer domingo de Cuaresma, B
Lecturas: Ex 20: 1-17 | Salmo 18 | 1 Cor 1: 22-25 | Jn 2: 13-25
La semana pasada reflexionábamos sobre la Pascua como conclusión lógica de la Navidad y, por ello, la necesidad de la Cuaresma. Lo hicimos usando como símil el “regalo de Navidad”. Decíamos entonces que el asunto del regalo puede contemplarse desde tres lados: desde quien regala, desde el regalo en sí mismo y desde quien lo recibe.
Esta semana las lecturas de la liturgia nos ayudan a seguir reflexionando sobre el “regalador”. Dios es quien nos envió a su Hijo en Navidad para que fuera Dios-con-nosotros y luego fuera Dios-que-nos-salva. Durante el tiempo de Cuaresma nos encontramos en la transición del primero al segundo.
El ser humano tiene –como toda criatura viva– una serie de necesidades naturales indispensables. Además, la evolución del individuo dentro de una sociedad ha generado una serie de necesidades relacionadas con el mercado, el consumo y la envidia. La psicología moderna lo estudia bien y nos ayuda a entender los mecanismos mentales con los que funcionamos.
Son muchos los actores de este “gran teatro del mundo”: el éxito económico, el mercado y la moda. La publicidad ha generado un nuevo modo de “ver la vida” inventado para que compres. Así ayudas a alguien a tener más, mientras te hacen tener más y sentir que necesitas más. Podemos aplicar aquí la frase de Facundo Cabral: “La historia del conquistador que por defender lo conquistado se convirtió en esclavo de lo que conquistó”.
Bien podemos criticar esta sociedad desnaturalizada en la que vivimos. Es tan “baja en calorías” de sentimientos verdaderos que primero te engorda y después te vende el santo remedio para adelgazar. Esta sociedad te fuerza a comprar un tipo de camisa y un año después te dice que eso ya no se lleva. Bien sabemos que nos esclaviza y que por este camino vamos de mal en peor. Pero a la vez nos sentimos “obligados” porque somos parte del sistema, porque somos “ladrillos de este muro” (Pink Floyd).
Este domingo, de nuevo, frente a las “leyes del mercado”, volvemos a proponer las leyes de Dios. Él no pretende vendernos un producto y hacer ganancia, sino que nos propone un modelo social justo, solidario, humano (¡qué paradoja que lo más humano nos llegue de lo más divino!). La publicidad nos crea una necesidad para después vendernos el producto que la alivie. Dios, por el contrario, nos libera con su verdad. Nos recuerda las necesidades naturales que tenemos. Nos propone también un modelo de organización en el que todos nos ayudemos a cubrir las verdaderas necesidades de todos. Va de la soledad a la comunidad; de vivir juntos a vivir unidos.
Para ello, antes de proponer los diez mandamientos, Él mismo se presenta desnudo de intereses egoístas: dice quién es y cómo se ha ido comportando en nuestro favor a lo largo de la historia (la primera lectura del libro del Éxodo, capítulo 20). Para ello, nos acompaña en el proceso de revisar qué hacemos y cómo lo hacemos. Así se entiende el enojo de Jesús (Juan 2: 13-17) al ver que la necesidad de tener un espacio dedicado a Dios (punto de referencia espiritual de Israel) se ha convertido en un eslabón más de la cadena del marketing y del consumismo. ¡Cuánto debe hacernos reflexionar este fragmento del Evangelio!
No consiste sólo en criticar, sino en romper eslabones y liberarnos de tantas cadenas impuestas de modo artificial. La Cuaresma es nuestro tiempo de revisión. No leemos la Palabra de Dios para aprenderla, sino para recordarla. Luego la confrontamos con la existencia diaria. Miramos quiénes somos para comprobar si somos lo que decimos ser o lo que pretendíamos ser. En realidad, miro quién soy como individuo y quién soy como miembro de la comunidad hasta llegar a ver quiénes somos todos juntos.
Dios nos regaló su proyecto como guía para el camino. Es el regalo de Navidad del cual hablábamos la semana pasada. Nos regala una vida llena de nuevas oportunidades. Volvemos a Él una y otra vez porque sólo así nos mantendremos en ruta. Por eso la propuesta de esta semana se resume en leer, recordar, revisar.
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Oración
Dios de las ocasiones y de las oportunidades, Dios del regalo de la vida y de la alegría de la conversión, acompáñame en este proceso de enterarme de quién soy. Infúndeme el valor de mirarme y revisarme y, después, la fuerza para enmendarme. Amén.