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Juan Luis CalderónApril 26, 2018
Fotografia: Nathan Dumlao/Unsplash

29 de abril de 2018

5 domingo de Pascua, B

Lecturas: Hch 9: 26-31 | Salmo 21 | 1 Jn 3: 18-24 | Jn 15: 1-8

Nuestro recorrido sobre los efectos del primer día de la resurrección nos llevó a un momento indispensable. Ahora entendemos el cristianismo como un evento transformador de la humanidad. Éste ha sido un motor de evolución social con un impacto mucho mayor que el de ninguna otra religión. El cristianismo cambió el modelo de relación entre los individuos y los pueblos. La primera gran alianza de civilizaciones se produjo en torno a Jesucristo.

La conversión de san Pablo fue la chispa que encendió ese nuevo motor social. La revolución del pensamiento no empezó con él, sino con Jesús de Nazaret. A lo largo de su vida este judío, galileo y predicador itinerante propagó con su vida un nuevo modelo de relación. Nosotros sabemos que era Dios encarnado, pero sus contemporáneos sólo veían a un hombre diferente.

Este hombre estaba liberado de posesiones humanas y del afán de tener. La compasión orientaba su corazón. Quien fuera podía acercarse a Él ya que estaba por encima de las leyes segregacionistas y estratificaciones sociales crueles. De palabra y de obra, Jesús estuvo cerca de todos, sin importar su situación.

Estuvo con quienes quisieron estar con Él. Se acercó a quienes ni se atrevieron a acercarse. Buscó a los que no lo buscaban y, sobre todo, quiso romper con las fronteras que dividen a unos seres humanos de otros. He aquí algunos ejemplos radicales de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc 10:14); el endemoniado de Gerasa (Mc 5:1-20); los diez leprosos (Lc 17; 11-19); la mujer enferma (Mc 5:25-32); la pecadora que le lavó los pies (Lc 7:36-50).

Jesús entró en una relación personal con todas estas personas necesitadas, separadas y prohibidas. En cambio, solemos mirar más al milagro realizado. No olvidemos que esta relación personal es mucho más poderosa que cualquier fenómeno inexplicable.

San Pablo acogió a Jesucristo después de una experiencia mística transformadora (Hch 22:2-5; 26:4-5). Hasta aquí, su vivencia fue parecida a la de muchos otros que se encontraron con el Cristo antes que él. Sin embargo, este fariseo y conocedor ferviente de las Escrituras saltó las fronteras del judaísmo para predicar a los gentiles. Muchos años después, recibió la aprobación del resto de la comunidad apostólica que entendió que fue un mandato de Dios (Gal 2:7).

Fue difícil para los gentiles aceptar este proceso. Los Hechos de los Apóstoles reflejan esta tensión. El Espíritu Santo produjo muchos frutos entre los que creyeron en Jesucristo sin haber pasado por el judaísmo. Fueron tantos que la Iglesia se abrió a los “otros” de modo imparable.

De este modo, se demostró que no fue la iniciativa de Pablo, sino que era Dios quien actuaba. No fue la soberbia de Pablo, queriendo ser protagonista, quien lo movió a este cambio. Fue obra del Espíritu del Resucitado. Siendo hombre, Jesús buscó a todos y la Iglesia debía continuar su misión.

En esos primeros pasos de los apóstoles, faltaba uno: abrir el Evangelio a nuevos mundos fuera de Israel. Pablo continuó este aspecto de la obra del Mesías. La salvación se hizo universal. Así se llegó al “primer día” para los “otros”.

Les dejo una pregunta: ¿A qué “otros” deberíamos llevar nosotros el Evangelio en este tiempo de la Iglesia que nos toca vivir? Ojalá la respondan en Twitter @juanluiscv unido al link en el que anunciamos este artículo.

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Oración

Hoy canto con el Salmo 47 la gloria de Dios sobre todos nosotros porque ¡Él es el rey de toda la tierra! ¡Dios es el rey de las naciones! Yo dedicaré esta semana a hacerlo el rey de toda mi vida y de todas las vidas que se relacionen con la mía. Amén.

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