Un día hace unos 20 años, durante el desayuno y las horas siguientes, tuve una pequeña revelación. Ocurrió mientras vivía en una pequeña comunidad de cinco jesuitas todos éramos estudiantes graduados viviendo en New Haven, Connecticut. Yo estaba solo en la cocina, con mi tazón de cereal y el New York Times, cuando otro de los jesuitas entró y dijo: “Tuve un sueño rarísimo justo antes de despertarme. Fue un sueño litúrgico. El lector acababa de leer la primera lectura y procedió a anunciar: ‘El estribillo responsorial de hoy es: “Si al principio no lo logras, sigue intentándolo”’. Con lo cual toda la congregación repitiósolemnemente: ‘Si al principio no lo logras, sigue intentándolo’”. Alos dos nos pareció muy gracioso. Al principio, no estaba segurode por qué era tan chistoso. Después de todo, casi todos estaríande acuerdo con la valiente verdad de la máxima: “Sigue intentándolo”. Seguro que hay un refrán parecido en todas las culturas. ¿Por qué, entonces, sonarían tan incongruentes estas palabras en una liturgia?
Ese día, más tarde, di con una pista. De repente me vino a la mente otra frase similar: “¡Oh, si escuchasen hoy su voz! No endurezcan su corazón” (Salmo 95). Me llamó la atención que esa oración tuviera exactamente el mismo ritmo y la misma sintaxis que “Si al principio no lo logras, sigue intentándolo”. Ambas comienzan con la cláusula si y terminan con un imperativo. Las dos tienen el mismo ritmo. Tal vez esa fue una de las Fuentes inconscientes de lo gracioso.
La frase “sigue intentándolo” suena como el estribillo “no endurezcan su corazón”; sin embargo, ¡qué contraste! La última es claramente bíblica, una paráfrasis de un verso de un salmo, a menudo utilizado como estribillo responsorial en la Eucaristía. La primera, como imaginarás, probablemente no esté en la Biblia, ni siquiera en los Proverbios. Es verdadera en lo que dice, pero no dice lo suficiente. No hay nada de fe en ella; no hay un sentido de Dios. El sentimiento del verso del Salmo 95, sin embargo, expresa una convicción central en la fe hebrea y cristiana: que vivimos una vida en diálogo con Dios. El contraste entre esos dos versos, desde entonces, ha sido para mí un paradigma que ilustra esa verdad.
Pero ¿cómo oímos la voz de Dios? Nuestra tradición cristiana tiene al menos cuatro respuestas a esa pregunta. Primero, como los fieles de la mayoría de las religiones, percibimos lo divino en lo que Dios ha creado, en la creación misma (este entendimiento yace en el corazón del pensamiento moral cristiano). Segundo, oímos la voz de Dios en las Sagradas Escrituras; hasta la llamamos “la Palabra de Dios”. Tercero, oímos a Dios en la enseñanza autorizada de la Iglesia, la Tradición viva de nuestra comunidad creyente. Por último, oímos a Dios al prestar atención a nuestra experiencia e interpretarla a la luz de todas esas otras maneras de oír la voz divina: las estructuras de la creación, la Biblia, la tradición viva de la comunidad.
La frase “si escuchasen hoy su voz” implica que la voz divina debe de ser, de algún modo, accesible en nuestra experiencia cotidiana, ya que somos criaturas que viven un día a la vez. Si Dios quiere comunicarse con nosotros, eso debe ocurrir en el curso de las 24 horas del día, puesto que no vivimos en ningún otro tiempo. ¿Y cómo hacemos para escuchar? La larga tradición brinda una herramienta útil, que llamamos hoy “el examen del consciente”. “En busca de Dios” es una expresión que sugiere el acto de rebuscar entre nuestras cosas, tantear, tratar de encontrar algo que estás seguro debe de estar por ahí en algún lugar. Creo que esa imagen captura algo del sentimiento de lo que se conoce clásicamente en el lenguaje de la Iglesia como la oración del “examen”.
El examen de conciencia es una antigua práctica en la Iglesia. De hecho, aun antes del cristianismo, los pitagóricos y los estoicos promovían una versión de la práctica. Es lo que a la mayoría de los católicos nos enseñaron a hacer en preparación para la confesión. En esa forma, el examen era cuestión de examinar la propia vida en relación con los Diez Mandamientos para ver cómo el comportamiento cotidiano se comparaba con aquellos criterios divinos. San Ignacio lo incluye como uno de los ejercicios en su manual Ejercicios espirituales.
Aún resulta saludable hacerlo, pero se desgasta si se trata como práctica cotidiana de por vida. Es difícil motivarte para seguir buscando en tu experiencia de qué manera pecaste. En décadas recientes, los escritores espirituales han trabajado con la implicación de que la palabra conciencia en lenguas romances como el francés y el español significa algo más que conciencia, en el sentido moral, también significa concientización.
Así, la oración que se ocupa de los contenidos completos de tu consciente te permite abarcar mucho más que la oración que se limita a los contenidos de la conciencia, o conciencia moral. Algunas personas—el más conocido, George Aschenbrenner, SJ, en un artículo de Review for Religious [Revista para religiosos] (1972) han elaborado esta idea de maneras profundamente prácticas. Recientemente, el Institute of Jesuit Sources [Instituto de fuentes jesuitas] en Boston College publicó una fascinante reflexión de Joseph Tetlow, SJ, llamada The Most Postmodern Prayer: American Jesuit Identity and the Examen of Conscience, 1920–1990 [La oración más posmoderna: la identidad jesuitaestadounidense y el examen del consciente, 1920–1990].
Lo que estoy proponiendo aquí es una manera de hacer el examen que a mí me sirve. Pone especial énfasis en las emociones, por razones que espero se hagan evidentes. Primero, describo el formato. Segundo, te invito a pasar unos minutos practicándolo. Tercero, describo algunas de las consecuencias que he descubierto que fluyen a partir de este tipo de oración.
El método: cinco pasos
1. Reza pidiendo ser iluminado. Puesto que no estamos simplemente soñando despiertos ni recordando sino más bien tratando de entender cómo el Espíritu de Dios nos está guiando, es lógico rezar pidiendo ser iluminados. El objetivo no es simplemente poder recordar, sino adquirir un entendimiento lleno de gracia. Ese es un don de Dios para ser suplicado con devoción: “Señor, ayúdame a entender esta confusión creciente y frenética”.
2. Repasa el día con agradecimiento. Fíjate lo distinto que es esto respecto de buscar inmediatamente tus pecados. A nadie le gusta rebuscar en el banco de los recuerdos para descubrir pequeñeces, debilidades, falta de generosidad. Pero a todos nos gustan los dones, y eso es precisamente lo que contienen las últimas 24 horas: dones de la existencia, del trabajo, de las relaciones, de la comida, de los desafíos. La gratitud es la base de toda nuestra relación con Dios. Por ello, usa cualquier pista que te ayude a transitar el día desde el momento en que te despiertas; incluso los sueños que recuerdes al despertar. Transita las últimas 24 horas, de hora en hora, de lugar en lugar, de tarea en tarea, de persona en persona, agradeciéndole al Señor por cada don que encontraste.
3. Repasa las sentimientos emociones que surjan al recordar el día. Nuestras emociones, positivas y negativas, dolorosas y placenteras, son señales claras de dónde estuvo la acción durante el día. Simplemente presta atención a cualquiera de estas emociones y a todas ellas a medida que surjan, a toda la gama: delicia, aburrimiento, temor, expectativa, resentimiento, ira, paz, contento, impaciencia, deseo, esperanza, arrepentimiento, vergüenza, incertidumbre, compasión, repulsión, gratitud, orgullo, rabia, duda, confianza, admiración, timidez. . . lo que sea que hubiera. Algunos de nosotros podemos dudar antes de concentrarnos en las emociones en esta era de la psicología sobredimensionada, pero creo que estas emociones son el indicador más animado de lo que está sucediendo en nuestra vida. Esto nos lleva al cuarto momento.
4. Elige una de esas emociones (positiva o negativa) y reza desde ella. Es decir, elige la emoción que recuerdes y que más llamó tu atención. La emoción es un signo de que está sucediendo algo importante. Ahora, simplemente expresa espontáneamente la oración que emerja mientras le prestas atención al origen de esa emoción: alabanza, petición, contrición, pedir de ayuda o sanación, lo que fuera.
5. Mira al mañana. Usa tu agenda si eso ayuda y enfrenta tu futuro inmediato. ¿Qué sentimientos emergen cuando miras las tareas, reuniones y citas que tienes por delante? ¿Temor? ¿Alegre expectativa? ¿Falta de confianza en ti mismo? ¿Tentación de procrastinar? ¿Entusiasmo por hacer planes? ¿Arrepentimiento? ¿Debilidad? Lo que sea que fuera, conviértelo en oración: para pedir ayuda, sanación, lo que salga espontáneamente. Para redondear el examen, reza el Padrenuestro. Estos son los cinco pasos a recordar: luz, gracias, emociones, enfoque, futuro.
Hazlo
Dedica unos minutos para rezar sobre las últimas 24 horas, y en dirección a las próximas 24 horas, con ese formato de cinco puntos.
Consecuencias
Estas son algunas de las consecuencias que surgen a partir de este tipo de oración:
1. Siempre hay algo por lo que rezar. Para una persona que realiza este tipo de oración al menos una vez al día, nunca surge la pregunta: ¿de qué debería hablarle a Dios? Hasta que mueras, siempre tendrás las últimas 24 horas, y siempre tendrás sentimientos en relación a lo que vendrá.
2. El momento de gratitud vale la pena por sí mismo. “Sean agradecidos”, dice Pablo a los colosenses. Aun si nos quedamos dormidos tras repasar los dones del día, hemos alabado al Señor.
3. Aprendemos a presentarnos ante el Señor donde estemos, como estemos. No hay otro modo de estar presentes ante Dios, por supuesto, pero a menudo nos engañamos pensando que tenemos que “poner la mejor cara” antes de dirigirnos a nuestro Dios.
4. Aprendemos a respetar nuestros sentimientos. Los sentimientos cuentan. Son moralmente neutros hasta que tomamos alguna decisión con respecto a actuar sobre ellos o lidiar con ellos. Pero si no les prestamos atención, nos perdemos lo que tienen que decirnos sobre la calidad de nuestra vida.
5. Rezar desde los sentimientos, nos libera de ellos. Una emoción sin atender puede dominarnos y manipularnos. Prestar atención a las personas y situaciones que dan origen a esas emociones y rezar desde ellas nos ayuda a dejar de ser esclavos involuntarios de nuestras emociones.
6. Encontramos, en efecto, algo para llevar a la confesión. Es decir, tropezamos con nuestros pecados sin convertirlos en el foco principal.
7. Podemos experimentar una sanación interior. La gente se encuentra con que rezar sobre los sentimientos (en lugar de inquietarse por ellos o negarlos) lleva a una sanación mental. Es posible que, al hacer esto, corramos con ventaja con respecto al contenido manifiesto de nuestros sueños.
8. Este tipo de oración nos ayuda a superar el deísmo. El deísmo es la creencia en una especie de Dios relojero, un Dios que sí existe en realidad pero que tiene poco o nada que ver con la vida cotidiana de las personas. El Dios que hemos llegado a conocer a través de nuestra experiencia judía o cristiana está más presente de lo que generalmente creemos.
9. Rezar de esta manera es un antídoto contra la enfermedad espiritual del pelagianismo. El pelagianismo era la herejía que veía la vida con Dios como en un proyecto del tipo “hazlo tú mismo” (“Si al principio no lo logras. . .”), mientras que una verdadera teología de gracia y libertad ve la vida como una respuesta al amor de Dios (“Si escuchasen hoy su voz. . .”).
Un pensamiento para el final. ¿Cómo puede alguien atreverse a decir que prestar atención a las experiencias sentidas significa escuchar la voz de Dios? A primera vista, sí que suena como una presunción peligrosa. Pero nótese que no estoy equiparando el recuerdo con la voz de Dios. Estoy diciendo que, si vamos a escuchar al Dios que nos crea y sostiene, debemos tomar en serio y devotamente el encuentro entre las criaturas que somos y todo lo demás que Dios abraza con amor en la existencia. Esa “interfaz” es la experiencia sentida de mi día. Merece atención en la oración. Es una gran parte del modo en que conocemos a Dios y le respondemos.