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James Martin, S.J.June 20, 2013

Las semanas que siguieron a la elección del Papa Francisco, el primer jesuita designado para un cargo así, había más gente haciendo preguntas sobre los jesuitas que en ningún otro momento de los últimos 25 años. La mayoría de los lectores de la revista Americasabe ya lo que es un jesuita, pero hay otra pregunta que podría requerir un poco más  reflexión: ¿cómo puede influir la espiritualidad ignaciana, o cómo está influyendo ya, en nuestro nuevo Papa?

La espiritualidad jesuita se basa en la vida y enseñanzas de san Ignacio de Loyola, un militar reconvertido en místico que fundó la Compañía de Jesús en 1540. Gran parte de esa espiritualidad mana de su obra clásica Ejercicios espirituales, que es un manual para un retiro de cuatro semanas durante las que se invita al ejercitante a sugestivas contemplaciones sobre la vida de Cristo. Sin embargo, los Ejerciciossuponen mucho más que una simple lectura del Nuevo Testamento. Se invita a los participantes a imaginarse a sí mismos, tan vívidamente como les sea posible, en esas escenas del Evangelio. Como el jesuita Joseph Tetlow escribió una vez, el ejercitante no se queda mirando desde la distancia, debe entrar con reverencia en el templo y notar que mete los pies en las aguas del Jordán. Mediante estos intensos encuentros con los relatos del Evangelio, el ejercitante entra en una relación profunda y personal con Jesús.

Todo jesuita "hace" los Ejerciciosal menos dos veces en su vida: primero en el noviciado y luego, de nuevo, años más tarde, al final de su programa de formación, durante un período de tiempo conocido como “tercera probación”. Así lo ha hecho también el Papa Francisco. A finales de los sesenta, Jorge Mario Bergoglio, S.J., ejerció, además, como maestro de novicios de la provincia jesuita de Argentina, lo que significa que también tuvo que dirigir a los novicios en sus ejercicios espirituales. Así que es alguien profundamente familiarizado con la espiritualidad ignaciana.

En los Ejerciciosse incluyen ciertos temas espirituales clave. A los jesuitas y a todos los que hacen los Ejerciciosse les insta a desprenderse de todo aquello que les impida seguir a Dios. Se supone que debemos ser "indiferentes", estar abiertos a todo, no deseando ─en la famosa formulación de Ignacio─ni la riqueza ni la pobreza, ni la salud ni la enfermedad, ni una vida larga ni corta. Se trata de un nivel  de exigencia espiritual muy alto, pero, para los jesuitas, constituye una meta muy clara. Finalmente, los jesuitas deben estar “disponibles”, una expresión que significa listos para ir allí donde Dios, que actúa por medio de nuestros superiores, quiera.

Quizá esto pueda ayudar a explicar la inesperada ascensión del cardenal Bergoglio hacia el papado. Son muchos los que se han extrañado: pero ¿no han hecho la mayoría de los jesuitas, al final de su formación, una promesa expresa de no buscar o ambicionar altos cargos ni en la Iglesia ni en la propia Compañía de Jesús? La respuesta es: sí. Ignacio era tan contrario al arribismo clerical, que él vio en su día la necesidad de incluir en los votos perpetuos una especie de salvaguarda frente a este tipo de ambición arribista. Pero la libertad tiene también su sitio en la espiritualidad ignaciana. Si a un jesuita la Iglesia le pide que haga algo, debe mostrarse disponible. (Y respondo, de paso, a una pregunta compleja: sí, técnicamente, el Papa Francisco sigue siendo un jesuita  según el canon 705, que establece que un religioso que sea ordenado obispo, sigue siendo un "miembro de su Instituto.")

Otras fuentes de la espiritualidad ignaciana las podemos encontrar en la autobiografía del santo, tan lacónica, en las Constitucionesde la orden, escritas también por Ignacio; en las vidas de santos jesuitas y, como señala John W. O'Malley en su magnífico libro Los primeros jesuitas, también en la actividad desarrollada por san Ignacio y el primer grupo fundacional de jesuitas. Pero, como el propio P. O'Malley S.J. apunta, una cosa es saber que estos jesuitas del siglo XVI supieran estar disponibles para cualquier tipo de minsiterio “en beneficio de las almas”, tal como dispuso san Ignacio y otra muy distinta es saber que eso podía suponer tanto abrir en Roma una casa para exprostitutas como enviar teólogos al Concilio de Trento.

Algunas señas de identidad ignacianas

Pero ¿cuáles son las características distintivas de la espiritualidad ignaciana y cómo pueden influir en el Papa Francisco? Permítanme sugerir algunas y señalar luego cómo se han manifestado ya en las primeras semanas de su pontificado.

En primer lugar, uno de los lemas que mejor resumen la espiritualidad ignaciana es "encontrar a Dios en todas las cosas." Para Ignacio, Dios no está confinado dentro de los muros de una iglesia. Además de en la misa, en los demás sacramentos y en las Escrituras, encontramos a Dios en cada momento del día: en otras personas, en el trabajo, en la vida familiar, en la naturaleza y en la música. Esto proporciona a Papa Francisco una visión espiritual que abarca el mundo entero: uno puede encontrarse con Dios en todo y en todos. El conocido lavatorio de pies en un centro de reclusión de menores de Roma durante la liturgia del Jueves Santo viene a subrayar esta idea. Dios no se encuentra solo dentro de una iglesia y no sólo entre los católicos, sino también en una prisión, entre jóvenes musulmanes y no católicos, sean hombres o mujeres.

En segundo lugar está el propósito del jesuita de ser "contemplativo en la acción," una persona que, en un mundo de actividad frenética, es capaz de mantener su corazón a la escucha. Esta cualidad se puso de manifiesto ya desde los primeros minutos del pontificado. Cuando Francisco se dirigió hacia el balcón ante la Plaza de San Pedro, no comenzó con la acostumbrada bendición papal, sino pidiéndole a la gente que rezara. Ante la bulliciosa multitud, pidió un momento de oración en silencio e inclinó la cabeza. Mostrando esa quietud en mitad del tumulto, supo ser “contemplativo en la acción”.

En tercer lugar, los jesuitas, como los miembros de casi todas las órdenes religiosas, hacemos un voto de pobreza. Lo hacemos dos veces en nuestra vida: los primeros votos y los votos perpetuos. Tenemos que amar la pobreza ─como decía san Ignacio─“como a una madre”. Y nos da tres buenas razones para ello: primero, por imitar a Jesús, que vivió como un hombre pobre; segundo, para liberarnos de la necesidad de posesiones; y tercero, para estar con los pobres, a quienes Cristo amó.

Pero Ignacio señaló que los jesuitas no sólo debemos aceptar la pobreza, sino que debemos incluso buscarla expresamente y elegir una vida pobre, como la de Cristo. Hasta ahora, el Papa Francisco ha ido rechazando muchas de las parafernalias que solían ser propias del papado. Antes de asomarse al balcón, renunció a la ostentosa muceta, esa capa corta que usan normalmente los papas, y desde entonces su forma de vestir ha sido sencilla. Ha preferido no vivir en el gran Palacio Apostólico sino en un pequeño apartamento de dos habitaciones, en la Casa Santa Marta, donde los cardenales se alojaron durante el cónclave. Es decir, ha ido tomando manifiestamente las opciones que implicaban mayor pobreza. Esto no es exclusivo de los jesuitas (de hecho, muchas de las ideas de San Ignacio sobre la pobreza se inspiraron en san Francisco de Asís, homónimo del Papa), pero es una parte constitutiva de nuestra espiritualidad.

Y hay otra seña de identidad que a veces se pasa por alto cuando se habla de la espiritualidad ignaciana: la flexibilidad. En las Constitucionesde los jesuitas, se recomienda flexibilidad especialmente a los superiores de la orden. Recuérdese a este respecto que el padre Bergoglio, antes de ser nombrado arzobispo de Buenos Aires, fue maestro de novicios, rector de estudios y superior provincial de Argentina, tres tareas distintas en las que actuó como superior. Y serlo exige, desde luego, dominar el arte ignaciano de la flexibilidad.

Aunque las Constitucionesestablecieron normas precisas para regular la vida del jesuita, Ignacio reconoció que había que hacer frente con cierta creatividad a las nuevas situaciones que se fueran planteando. Y aunque allí encontraremos descripciones muy precisas sobre casi todos los aspectos de la vida comunitaria, él solía añadir una llamada expresa a la flexibilidad, porque sabía que siempre pueden aparecer circunstancias imprevistas. “Si alguna otra cosa fuera conveniente para un individuo en particular” ─escribe Ignacio sobre los estudios─“el superior considerará el asunto con prudencia y podrá conceder una excepción”. La flexibilidad es un rasgo característico del documento, y se diría que también lo fuera del propio Francisco, que parece disfrutar cuando en sus homilías improvisa y se aparta del texto escrito y cuando se adapta a las necesidades de la situación concreta, por ejemplo, haciendo parar el papamóvil en medio de la gente para abrazar a un niño discapacitado.

Jesús como amigo

Termino con dos observaciones más sobre herencia ignaciana de papa Francisco. Puede que se trate solo de mi impresión como jesuita, pero la homilía de la misa de la Vigilia Pascual a mí me pareció impregnada de contenidos ignacianos. Comenzó invitando a los oyentes a situarse a sí mismos dentro de la historia, que es una de las técnicas clave de los Ejercicios. Imagínate a ti mismo ─sugirió─como una de las mujeres que fueron a la tumba aquel domingo de Pascua.."Podemos imaginar sus sentimientos mientras iban camino a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús las había dejado, había muerto, su historia había llegado a su fin," dijo el Papa. "La vida ahora volvería a ser como antes. Sin embargo en las mujeres seguía habiendo amor, el amor por Jesús, un amor que ahora las conducía hasta el sepulcro."

Más adelante, durante aquella homilía, el Papa pidió a sus oyentes que aceptasen a Jesús como a un amigo. "Acógelo como a un amigo, con confianza: ¡él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de Él, da un pequeño paso. Él le recibirá con los brazos abiertos." Es fácil escuchar aquí ecos de los Ejercicios espirituales, en los que Ignacio nos pide varias veces que hablemos con Jesús "así como un amigo habla a otro”. Es una forma especialmente entrañable de mirar al Hijo de Dios.

Sería un error afirmar que el conocimiento de las tradiciones espirituales del Papa nos va a permitir predecir lo que hará. Pero sería igualmente erróneo decir que no sabemos nada sobre su espiritualidad o que su espiritualidad no va a tener ninguna influencia en su ministerio. Como cualquier jesuita, especialmente habiendo sido maestro de novicios y superior, el Papa Francisco se fundamenta sólidamente en los principios de la espiritualidad de San Ignacio y de la compañía de Jesús, cuyo sello ha querido que figurase en su escudo papal. Estoy deseando ver cómo la espiritualidad ignaciana puede ayudarle en su nueva tarea.

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