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Juan Luis CalderónDecember 08, 2016

Siempre me ha enternecido esta escena del Evangelio. ¿Se imaginan? Juan en la cárcel, sabiendo que a su cabeza le quedan pocos días, quizás horas solamente, seguro de que aquel a quien preparó los caminos es quien él cree que es, preparado para ver la gloria de Dios. Pero está encarcelado, su final se acerca y Jesús no mueve ficha.

Impaciencia o tentación, Juan envía a algunos discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11:3). Pudo ser una tentación, sí. Porque, de hecho, Jesús al final de su respuesta les dice: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí” (Mt 11:6). Parece que la pregunta no le hizo mucha gracia al Maestro.
 
Cierto, la pregunta de Juan pudo ser una tentación. Pudo ser una duda sobre Jesús. Y no pasa nada porque así fuera. Eso no le quita méritos a Juan el Bautista ni a sus discípulos. La tentación es parte de la fe. Muchos piensan que la persona creyente vive protegida por un escudo invisible que le protege de todo. Como si ser bendecido significase caminar un palmo por encima del suelo. 
 
Pero la realidad es que sólo quien cree con firmeza recibirá la inquietante visita del enemigo, bajo la forma que sea. Dé una miradita a la vida de los santos y lo sabrá. El mismo Jesús fue tentado (Mt 4). A mi juicio es esa tentación el arquetipo de toda tentación y plantea ya la clave para comprender el pasaje del Evangelio de este domingo. 
 
Cuando Satanás habla con Jesús le hace dudar de sí mismo (“si de verdad eres el Hijo de Dios…”) y buscar seguridades: piedras convertidas en panes, ángeles para evitar la caída, riquezas para no pasar necesidad. Del mismo modo, los discípulos de Juan van buscando seguridades cuando preguntan a Jesús si es él a quien esperaban. Pero resulta que estos remedios infalibles son mentira y por eso Jesús no les responde sí o no.
 
La tentación de la pregunta sobre el Señor, ni le quita ni le pone. El ya sabe quién es y para qué está ahí. Jesús les hace caer en cuenta de cómo la tentación les ha hecho dudar de Juan y de ellos mismos. Por eso su respuesta tiene dos partes:
 
1. Jesús no responde sí o no a la pregunta sobre su identidad. Sencillamente les hace regresar a ellos mismos y a su propia fe. Algo así como: ¿Soy yo a quién esperan? Pues, veamos: ¿a quién esperan? La respuesta está en la primera lectura de este domingo: esperaban a aquel anunciado por el profeta Isaías. La respuesta de Jesús invita a la reflexión: de qué sirve que yo les diga si soy o no soy, cuando son ustedes mismos los que deben “ver” con los ojos de la fe. 
 
En la primera lectura, Isaías anuncia que, cuando el Mesías estará entre nosotros, sucederán una serie de cosas. Son esas cosas –esos signos de presencia– las que Jesús enumera en su respuesta: los ciegos ven, los cojos caminan. De nada sirve que Jesús responda sí o no si ellos no son capaces de poner en relación lo anunciado por Isaías con la realidad que están viviendo. Jesús les enseña a iluminar la vida con la Palabra. La respuesta la deben encontrar ellos viendo y juzgando.
 
2. Jesús les anima además a ser protagonistas de sus propias decisiones y de su fe. “¿Qué fueron ustedes a ver al desierto?” (Mt 11:7). Como si quisiera mostrarles lo pequeña que es su fe. Si los discípulos de Juan cayeron en la tentación de preguntar sobre la identidad de Jesús fue porque dudaron de la enseñanza de su maestro y de aquello que habían aprendido en la Biblia. 
 
No supieron iluminar la vida con la Palabra en ese momento preciso. ¿Por qué? Esta es la gran pregunta. La repetimos subrayada: ¿Por qué dudaron? Jesús lo achaca a la tibieza, a la falta de compromiso, a ver sólo lo exterior sin profundizar.
 
En la misma posición nos ponemos nosotros en esta tercera semana de Adviento. Vemos, juzgamos y ojalá actuaremos con fe, con esperanza. Quizás no con seguridades, pero sí abiertos a que algo pase y Alguien se manifieste.
 
Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
 
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Oración
Señor, no siempre estoy seguro. Muchas veces dudo y hasta caigo en la tentación de preguntar lo que no necesito. Y de paso no hago la pregunta correcta. Con tu presencia podré encender la tercera vela de mi corona de Adviento para dar luz a los acontecimientos de la vida. Amén.
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