Corpus Christi: Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
18 de junio de 2017
Lecturas: Deut 8: 2-3. 14-16 | Salmo 147 | 1 Co 10: 16-17 | Jn 6: 51-58
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre.”
Lo confieso: soy un fanático de los programas de cocina, de la comida en general y de explorar nuevas opciones gastronómicas. No, no es que coma mucho; es que me gusta saborear. Lo que hoy llaman un foodie. Pero cuando viajo a Valladolid, España, la ciudad donde nací, lo que más ansío es comer unpan lechuguino (ver la fotografía de arriba). Este pan, tan característico de mi tierra, me trae recuerdos de infancia y sabor de hogar. Crujiente al morderlo por su corteza fina y alimenticio por su miga densa, pero de tacto fino. Era el pan seguro en la mesa de los Calderón en los días de fiesta grande, cortado siempre con cuchillo y en triángulos para que no perdiera su dignidad ni al ser troceado. Servido en cesta de mimbre con paño blanco para ser repartido. Además de grandes y placenteras memorias gustativas y familiares, este pan forma parte de mi imaginario teológico.
Cuando empecé mi preparación para la primera comunión, siempre imaginé la eucaristía como el acontecimiento en el que Jesús se hacía pan, pero pan lechuguino. Porque así debía ser el Señor: hermoso a la vista, suave al tacto, tostado y crujiente, que se sintiera cómo se partía por nosotros y contundente al comerlo, dejándonos llenos de gracia y con el estómago y el alma satisfechos. Al fin y al cabo, desde pequeño escuché a los mayores decir que “con pan y vino se anda el camino”. Por eso hacía falta un Jesús lechuguino que nos sacie y alimente, porque el camino es largo y la vida trabajosa. ¿Qué decirles del día de mi primera comunión? ¡Uno de los más grandes de mi vida! Vestido de azul y blanco, con mi primer reloj (regalo de mi hermana mayor) y sintiéndome amado por Dios como más no se podía. Al llegar a comulgar, Jesús no llegó como pan lechuguino, sino como sutil, suave, casi etérea, oblea. Para un niño como yo, esta manera delicada de presentarse el Señor fue como aquella brisa en la que el profeta Elías encontró la presencia de Dios (1Re 19:12-13). Posiblemente fue lo que yo necesitaba entonces, para suavizar la imagen del Dios severo y vigilante que también me transmitían. Entendí que Jesús Eucaristía, Dios-con-nosotros, Dios-en-mí, sabía ser cuidadoso al presentarse ante un niño; que podía ponerse en mis zapatos y entender que tanta grandeza y solemnidad podía asustarme. Por eso se volvía hostia frágil, casi dulce, que se deshacía en mi boca y me permitía hacerla mía fácilmente.
Con el paso de los años, entendí todo esto y agradecí esas hostias de oblea para comenzar mi relación con Cristo Eucaristía. Pero llegué a un punto en el que sentí la necesidad de un “bocado” más grande. Volví a descubrir el pan de verdad, el que cuesta masticar y digerir, pero que alimenta profundamente. Como la persona madura en cuerpo y alma a la vez, también mi espiritualidad necesitó un nuevo alimento. Una vez más el Señor fue misericordioso conmigo y me ayudó a encontrarlo. No sólo aprendí a comer pan, sino a comulgar a Cristo Pan. El Cristo de cargar con la cruz (Mt 16:24) y el de “cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños” (Mt 25:40), el del Sermón de la Montaña y los milagros para sanar enfermos, el Jesús que no decía palabras suaves, sino que exigía el ciento por uno (Mt 13:8) y amar al enemigo (Mt 5:44).
Ahora sí, la Eucaristía debía hacerse con pan lechuguino. Porque el Evangelio a medida de niño se había quedado pequeño y era hora de tomarme en serio la fe. Había que comulgar con pan contundente y verdadero, pesado, sabroso, que haya que masticar y digerir con calma, como el pan lechuguino. Así fueron creciendo en mí las virtudes teologales (y algunas de las otras, espero). Hermoso proceso natural y lógico que me llevó hasta ponerme ante ustedes a través de estas meditaciones semanales y a desear que nos acompañemos mutuamente en los caminos de la vida. Por eso nos encontramos en la revista America cada semana a compartir el pan de la Palabra, de igual modo que nos unimos y reunimos espiritualmente en la Eucaristía (o en la celebración dominical a la que usted acuda, lector de otra Iglesia cristiana).
Para completar esta meditación sobre la Eucaristía, puede volver a leer lo que escribimos el Jueves Santo. Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
Para suscribirse al boletín informativo (“newsletter”) semanal de "La Palabra", haz clic aquí.
Oración
Latín Español
Verbum caro, panem verum | El Verbo encarnado, pan verdadero, |
Verbo carnem éfficit, | lo convierte con su palabra en su carne, |
Fitque Sanguis Christi merum, | y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. |
Et, si sensus déficit, | Y aunque fallan los sentidos, |
Ad firmandum cor sincerum | Solo la fe es suficiente |
Sola fides súfficit. | para fortalecer el corazón en la verdad. |
Estrofa cuarta del Pange Lingua,himno eucarístico escrito por santo Tomás de Aquino (1225-1274) para la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.