19 de noviembre de 2017
33 domingo del Tiempo Ordinario, A
Prov 31: 10-13, 19-20, 30-31 | Salmo 127: 1-2, 3, 4-5 | 1 Tes 5: 1-6 | Mt 25: 14-30
Siempre pensamos, imaginamos y soñamos con el futuro. Desde nuestra niñez pensamos en ser mayor. La pareja recién enamorada, el político antes de las elecciones y el emigrante con el sueño americano toman en cuenta el futuro. Ya decía Calderón de la Barca, allá por 1635, que “la vida es sueño”, pero que…
“y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.
Juan Barba, un pintor español, decía que él pintaba a los santos con los pies grandes, porque para ser santo había que tener la cabeza en el cielo, pero los pies en la tierra. Jesús de Nazaret preparó el futuro fundado en un presente vivido con justicia. En el ideal cristiano, no se pueden controlar las circunstancias de la vida presente (lo contrario a lo que pretende la magia, por ejemplo), pero invita a tomar conciencia de las circunstancias y a enfrentarlas para que mejoren. Por eso el Señor nos ofrece esta magnífica imagen del Reino de los cielos como un hombre que, al irse de viaje, deja a sus empleados encargados de los negocios.
De la misma manera, Dios nos entrega los sueños para que los hagamos realidad. Ambos son necesarios: el sueño y la realización. En medio de ambas, las capacidades, los talentos, los dones, las características peculiares de cada uno. Junto a ellos, el esfuerzo para llevarla a cabo. Así se construye el Reino de Dios: cada uno haciendo su parte. ¿Se dan cuenta? De lo que estamos hablando es de construir el Reino. Jesús vino a predicar el Reino de Dios. Todo lo suyo gira en torno al Reino. Y, en el Evangelio, nos proponen una vez más ser los colaboradores que ayuden a Dios en el proyecto definitivo.
Para alcanzarlo se precisa determinación. Y a uno de los empleados de la parábola le faltó precisamente eso. Su pecado no fue solo la pereza, sino el miedo. La gran pregunta es: ¿por qué no usó el talento que el patrón le entregó? A veces nos quejamos de que nadie nos hace recordar de nuestras bendiciones. Protestamos contra la educación, la sociedad, la familia o el gobierno, acusándoles de que nos “robaron” algo. En este caso, Jesús nos dice que el empleado recibió el talento, así que sabía que lo tenía.
Entonces, ¿cuál es la excusa? En el caso de la parábola, el empleado acusa al señor de una serie de cosas (Mt 25:24-25). Bloqueado por el miedo, enterró el talento (Mt 25:18) y esperó el regreso de su jefe. Le imagino durante aquellos días dando vueltas a la cabeza, urdiendo su discurso irreal, soñando con salir airoso de la traición de no haber trabajado bien.
Por otra parte, el señor confió en los demás. Asignó una misión que sabía que podían realizar su empleados. No actuó de modo irresponsable, pero tampoco conservador. Soñó con un futuro mejor (mantener y acrecentar su negocio) y preparó a sus empleados para realizar el proyecto. Al regreso, quiso recoger frutos. Conversó con sus empleados uno a uno, dándoles espacio, respeto y consideración, no comparando al último (el “empleado malo y perezoso”, Mt: 25:26) con el exitoso. Hizo las preguntas ante testigos (“los que estaban allí”, Mt 25:28) para asegurar la justicia de su decisión.
Con este Evangelio, podríamos revisar nuestras actitudes, las de los jefes y las de los empleados; evaluar si ayudamos al prójimo a descubrir y a desarrollar sus talentos; confesar si somos justos a la hora de juzgar; si condenamos o corregimos… Y muchas otras preguntas con que podremos soñar en grande, pensando en el futuro. Un futuro que solo puede ser el Reino.
Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
Oración
Señor, de los valientes y de los temerosos, padre de todos, maestro paciente y juez misericordioso, ayúdame a reconocer mis talentos y a ponerlos a trabajar para ayudar a construir junto a ti el Reino de Dios. Amén.