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Juan Luis CalderónNovember 21, 2017
(Fotografia: Bryan Minear/Unsplash) (Fotografia: Bryan Minear/Unsplash) 

26 de noviembre de 2017

34 domingo del Tiempo Ordinario

Lecturas: Ez 34: 11-12. 15-17 | Salmo 22 | 1 Co 15: 20-26. 28 | Mt 25: 31-46

Tanta espera desespera.

Ya les pasaba a los tesalonicenses que, ansiosos de que el Señor regresara en gloria, dejaron todo (2 Tes 3:11) para esperarlo. La irresponsabilidad que suponía esa creencia fanática en un regreso inminente del Señor provocó tensión en la comunidad. Unos se dedicaron a la oración para estar listos por si el Señor llegaba, mientras otros siguieron en los afanes cotidianos (es decir, preparándose menos para Cristo).

Sin embargo, como no se puede rezar con el estómago vacío, los que sí trabajaban tenían la obligación (como “buenos hermanos”) de dar de comer a los que habían abandonado el trabajo para sólo rezar. ¡Qué paradoja! Según la lógica de aquellos tan “piadosos”, si de verdad hubiera venido Cristo glorioso, los piadosos se hubieran salvado y los otros hubieran salido peor parados. Esto no les importaba a los piadosos; algo así como “ande yo caliente, ríase la gente”. Ahora, los otros sí estaban moralmente obligados a ayudar a los que querían comer.

Es la mentalidad manipuladora que tanto daño le hace a la religión. Jesús la denunció cuando dijo: “Los maestros de la ley y los fariseos enseñan con la autoridad que viene de Moisés. Por lo tanto, obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra” (Mt 23:2-3). No es aceptable que estos simples charlatanes “sienten cátedra” sobre moral. Fue un problema en el judaísmo, es un problema en el cristianismo y lo sigue siendo en la política hoy en día donde la corrupción y la discriminación campan por sus anchas.

La actitud de aquellos tesalonicenses ultrapiadosos no es mala en sí misma. Es de esperar que todo creyente desee el regreso triunfante de Cristo, dispuesto a poner orden y recapitular todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef 1:10). Queremos eso si de verdad profesamos amor a Dios y a su proyecto salvador. De hecho, uno de los grandes males espirituales de nuestro tiempo es el reducido interés en que Cristo reine sobre cada aspecto de la existencia humana. ¿Habremos perdido esa tensión espiritual que impulsó a los grandes misioneros a salir a otros mundos para predicar el Evangelio; que animó a los mártires a entregar sus vidas antes que renunciar a Cristo?

Cristo vino a anunciar el Reino. Ahí es que tenemos que anclarnos para motivar nuestro proyecto de vida, tanto individual como familiar y comunitario. Estamos llamados a creer en Cristo Rey y a ayudarlo a establecer su Reino. Para los cristianos, el dicho y el hecho van de la mano pues de igual modo actuaba Jesús de Nazaret. Quienes lo conocieron lo calificaron como un “profeta poderoso en obras y palabras” (Lc 24:19).

Decir y hacer, rezar y obrar, misión y contemplación: así actuaba Jesús. Se retiraba a orar y hacía milagros. Así se construye el Reino; así reina Jesús. Él mismo dijo que “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20:28). De igual modo debemos actuar.

Aquellos “piadosos” de Tesalónica del siglo I (y de tantos otros lugares y tiempos), no construían el Reino. No se quedaron con “la mejor parte” (Lc 10:42) porque actuaron con egoísmo. Esta actitud no es fuente de espiritualidad, ni semilla de nuevos cristianos.

Que Cristo se esté tardando mucho no es excusa para no colaborar en la construcción del Reino. Al contrario, la acción del Espíritu Santo se ve en el progreso de la humanidad en los últimos 2000 años de historia. Quien tenga ojos para ver, que vea. Jesucristo ya es rey y está reinando. No habremos llegado a la plenitud; quizá falte mucho por hacer. En vez de desanimarnos, estas circunstancias nos motivan más a colaborar en la obra de Dios.

La actitud del verdadero cristiano es esta: como aún quedan cosas por hacer, voy a poner mi granito de arena. ¡Ánimo! El Reino es obra de todos. Uno es el arquitecto, muchos son los albañiles. Cierto, esperamos la venida gloriosa de Cristo, pero el Reino no espera.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Señor, este mundo debería ser un paraíso, como Tú lo pensaste. Ayúdame a vivir en la justicia, la esperanza y el amor aquí mientras aprendo a construir el Reino en este mundo y mientras llega mi momento de alcanzar la vida eterna. Amén.

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