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Juan Luis CalderónDecember 11, 2017
(Fotografia: Josh Applegate / Unsplash) 

12 de diciembre de 2017

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe

Zacarías 2:14-17 o Revelación 11:19A; 12:1-6A, 10AB | Salmo: Judit 13:18 BCDE, 19 | Lucas 1:26-38

Mientras viví en Roma, una de mis citas anuales favoritas era la celebración de la Inmaculada Concepción en la Plaza de España de la Ciudad Eterna. Allí una enorme columna sostiene una imagen de la Virgen María. Cada año, el 8 de diciembre, el Papa celebra una liturgia de oración a la Madre de Dios y de la Iglesia. Este año –el pasado viernes– el papa Francisco pidió a la Inmaculada: “Ayuda a esta ciudad a desarrollar los anticuerpos contra el virus de nuestro tiempo: la indiferencia”.

Traigo esta plegaria a nuestra reflexión mientras celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de las Américas. No me gustan mucho esos títulos rimbombantes de “reina” o “emperatriz”, ya que no siempre tienen un significado positivo. Prefiero hablar de ella como Madre. Lo escribo con mayúscula porque María encarna el proyecto divino de la maternidad. Tanto así que el papa Francisco le pidió a ella que nos ayude a desarrollar los anticuerpos contra el virus de la indiferencia.

Esta frase magnífica resume el espíritu mariano. Ser “madre” implica superar la indiferencia. Para una madre, todos los hijos son importantes. Cada uno recibe la atención necesaria. El instinto maternal se extiende por todas partes y en todos los momentos de la vida. La madre “sabe” (intuye) lo que le sucede a sus hijos sólo con mirarlos, sólo con los ruidos que hacen o cómo se mueven por la casa.

Así, María nos muestra el rostro materno de Dios. Camina con nosotros; sufre y celebra con nosotros; vive con nosotros. Por eso, en nuestros puntos de conexión más frecuentes (ej. la familia, la comunidad), hacemos partícipes a Dios y a la Virgen de cada acontecimiento que nos sucede.

En esta fiesta de la Virgen de Guadalupe recordamos el encuentro entre dos mundos: el de Europa y el de América. El gran encuentro se produjo en esa Virgen mestiza embarazada que se apareció en el Tepeyac. Como todo encuentro, no está exento de dificultades y retos, aunque también conlleve las posibilidades maravillosas de algo nuevo por construir. Dios estuvo ahí: el Dios de la implicación y de la aceptación; Dios de la bienvenida a lo que venga y de la inspiración a hacernos uno; Dios maternal.

Eso sucede en el evento de Guadalupe, con María, Juan Diego y el obispo Zumárraga como protagonistas. Fue un juego a tres bandas a nivel social y racial, pero unidos por la misma fe. Con la fe enfrentamos cada cosa que pasa, cada acontecimiento que se nos viene encima puesto que sólo ella nos llena de esperanza.

La esperanza es la fortaleza en la espera. Así nació América. En tiempos de nacionalismos, fronteras y segregaciones; en tiempos de migraciones forzadas y corazones cerrados; en tiempos de crisis para unos y bienestar para otros, María vacuna contra el virus de nuestro tiempo: la indiferencia.

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Oración

Madre de Guadalupe, madre de todos, madre universal. Cuídanos como madre, llévanos a Jesús como maestra de fe, sostennos en tus manos hasta que descansemos en las de Dios. Amén.

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