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Juan Luis CalderónJanuary 19, 2018
(Fotografia: Uros Jovicic/Unsplash)(Fotografia: Uros Jovicic/Unsplash)

21 de enero de 2018

3 domingo Tiempo Ordinario, ciclo B

Lecturas: Jon 3: 1-5. 10 | Salmo 24 | 1 Cor 7: 29-31 | Mc 1: 14-20

La existencia del hombre sobre la tierra comienza y está marcada por la creación del tiempo. Si bien Dios es eterno, los hombres vivimos condicionados por el paso del tiempo. Esto se mide en muchas divisiones: horas, días, años…

Cada mañana, por ejemplo, me levanto a la hora que dice mi despertador; cada noche me acuesto mirando cuántas horas voy a dormir. Tengo una fecha límite para enviar este artículo a la redacción; tengo fechas en mi calendario que no se me pueden pasar y he cumplido ya 48 años. Todas estas cosas son medidas de tiempo a mi alrededor. Siempre habrá alguien recordándome que no pierda el tiempo.

Depende de cada quien cómo se viva el paso del tiempo: si con angustia o con esperanza. Sea como sea, es parte de la naturaleza humana. Aun así, los seres humanos tenemos el ansiado deseo de detener el paso del tiempo, de no envejecer, de disponer de más tiempo. La cosmética nos propone cremas para simular que el tiempo no pasa. Grandes mitos y obras literarias nos cuentan este anhelo, desde la ciencia ficción hasta el terror. Todas las culturas tienen algún personaje que viaja por el tiempo.

Dios se nos revela a través de la historia, tanto personal como colectiva. La revelación sigue esta doble trayectoria. Por un lado, Dios se hace presente en mi vida porque para que haya una relación tiene que haber un encuentro personal. Por otro lado, todo encuentro y toda relación crece dentro de una comunidad. Es allí donde conocemos a Dios.

El tiempo de la comunidad es tiempo de Dios porque han caminado juntos durante un período más o menos largo. Para el pueblo de Israel, su camino comenzó con Abraham; para los que acaban de conocer la Buena Nueva, hace apenas unas fechas. Lo que sí es claro es que todo está sujeto al proceso perecedero del tiempo limitado. Por ello, hay cierta urgencia en que las cosas tomen lugar. La Sagrada Escritura no comprende al creyente sólo como un individuo aislado, sino miembro de ese pueblo de Dios que lleva siglos de relación con el Señor.

Poco a poco, Dios se ha revelado a su pueblo y éste ha podido ir conociendolo paso a paso. El Antiguo Testamento nos relata el recorrido de esta relación humano-divina. Esta relación toma por momentos matices paradójicas. Por ejemplo, en medio de sus celebraciones religiosas, el pueblo de Dios a veces se acostumbra tanto a la presencia de Dios que la acaba tomando por dada y peca. En otras palabras, Dios forma parte de la vida cotidiana de los creyentes, incluso cuando se olvidan de Él.

Dios procede de una manera precisa. Su revelación trabaja dentro de la historia. Por ejemplo, ayudar a un necesitado es algo humano y temporal. Responde a lo que sucede aquí y ahora. Sin embargo, con el tiempo aparece como manifestación de la caridad que es divina y eterna. En cada aspecto de la vida comunitaria podemos descubrir el sentido profundo de la existencia. La persona que practica la caridad vivirá eternamente (no en los límites humanos del tiempo, sino en la eternidad espiritual de Dios).

Quien nace dentro de una comunidad con una profunda vida espiritual ya ha andado una parte del camino. Su modo de vida ya está orientado hacia una dirección correcta. Eso sí, es posible desviarse y tomar decisiones equivocadas. Las lecturas de este domingo nos instan a vivir con un sentido de urgencia. Para aquellos que no han crecido en esta marcha humana y divina, hace falta acelerar el proceso porque la vida es corta y pasajera (1Co 7:29), porque ya ha llegado el momento (Mc 1:14) y porque queda poco tiempo para decidirse (Jon 3:4).

La presión no es algo negativo. Cada quien necesita tomarse su tiempo, sí, pero sabiendo que no tenemos todo el tiempo del mundo. La necesidad de conversión es apremiante. Jesús no dice que te quedes pensando las cosas, sino que el tiempo está cerca y por eso: “conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1:15). El momento es ya. Hay decisiones que se toman de inmediato. Hay cosas que son tan urgentes que no pueden esperar. No todo puede aplazarse sin consecuencias. Por algo decía Richard Whately (1787–1863): “Pierde una hora por la mañana y la estarás buscando todo el día”. Todo es cuestión de tiempo… si lo tienes.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Dios creador del tiempo, que me das mi tiempo para vivir y me invitas a vivir eternamente contigo, ayúdame a saber repartir mi tiempo; a saber compartir mi tiempo; a saber dividir mi tiempo para que cada cosa importante de la vida tenga su tiempo necesario. Y, sobre todo, ilumíname para que sepa darle tiempo a las personas importantes y a los que necesiten de mi tiempo. Amén.

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