18 de marzo de 2018
Quinto domingo de Cuaresma, B
Lecturas: Jer 31: 31-34 | Salmo 50 | Heb 5: 7-9 | Jn 12: 20-33
Eran griegos los que querían ver a Jesús (Jn 12:21). Los judíos lo tenían muy cerca desde que nació. Algunos le llamaban amigo (Jn 15:15), otros maestro (Mc 9:5), para otros era piedra de tropiezo (1Pe 2:8), para Caifás fue blasfemo (Mt 26:65), para María, su hijo (Lc 2:48). Pero eran griegos los que querían verlo, mientras que otros lo tuvieron muy cerca y no lo recibieron (Jn 1:11).
No sabemos quiénes eran aquellos griegos que querían ver a Jesús. Los estudiosos se debaten entre varias opciones:
Opción 1: Eran griegos que visitaban Israel y estaban interesados en la religión judía. Quizá escucharon hablar del Rabí Jesús y quisieron conocerlo.
Opción 2: Eran judíos helenizados, o sea judíos que se habían involucrado culturalmente con la influencia griega en el siglo anterior, durante la época de los Macabeos.
Opción 3: Eran judíos griegos que visitaban Jerusalén para las fiestas.
Lo cierto es que estos griegos le preguntaron a Felipe quizá porque tenía nombre griego y hablaba el mismo idioma que ellos. Andrés y Pedro también eran de Betsaida (Jn 1:44). Los apóstoles iban hacia allá cuando Jesús llegó caminando sobre las aguas hasta su barca (Mc 6:45-50). Betsaida fue además el escenario de la curación de un ciego (Mc 8:22-23) y de la multiplicación de los panes y de los peces (Lc 9:10), también donde comió una multitud.
También es cierto que el ministerio de Cristo en aquella ciudad fue un fracaso. El mismo Jesús dijo: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían vuelto a Dios, cubiertos de ropas ásperas y ceniza” (Mt 11:21).
Yo me pregunto si aquellos “griegos” habían sido testigos de todas las cosas que sucedieron en Betsaida y por eso querían ver a Jesús. ¿Querían más pan del que había sobrado? (Lc 9:17) ¿o no les había bastado lo que ya habían visto? Quizá no estaban en Betsaida y deseaban su ración del banquete de pan y peces. O tal vez sentían, por eso del corazón loco, que no bastaba con ver milagros por muy grandes que fueran.
Sintieron que Jesús era algo más, alguien más. Pan para hoy y hambre para mañana. ¡Nunca mejor dicho! Llenarse la panza de pan alimenta un día y deja sin saciar el deseo de pan de vida. El ciego recuperó la vista, sí, pero eso no me hace ver a mí la vida con más esperanza. Quizá esos griegos sintieron que la fe es más que ver lo que Jesús hacía. Había que escucharlo más de cerca y no desde el medio de una multitud agobiada por el crujido del estómago vacío, y que por eso daban menos importancia a las palabras de vida eterna. Ya decía Aristóteles eso de “primum vivere deinde philosophare” (primero vivir, después filosofar).
No sabemos qué pasó con los griegos: si hablaron con Jesús, si se integraron en el círculo cercano, si ni pudieron acercarse. Sólo sabemos que Jesús dio la razón a quienes no se sintieron satisfechos con el pan del milagro por mucho que sobrasen cestos. Al saber que lo buscaban, Jesús respondió que había llegado la hora de que fuera glorificado el Hijo del hombre (Jn 12:23). Eso suponía el riesgo de ser tratado como un grano de trigo: cosechado, sembrado, muerto para dar vida. Si se cree en que hay más vida y que es eterna, de poco sirve simplemente llenarse la panza.
No sabemos qué pasó con los griegos, si vieron a Jesús o no. Pero sí sabemos que sus vidas cambiaron porque aquel Redentor en trance de cordero murió por todos y amplió el mundo judío a un universo justificado. Ni los griegos ni los judíos permanecieron encerrados en las fronteras de sus países o idiomas. Los griegos le pidieron ayuda a estos discípulos judíos del Mesías. Así se transforman las cosas y se agrandan los círculos.
Jesús les avisa que no se salvarán siendo griegos, ni judíos, ni cristianos. Se salvarán siendo grano de trigo que muere para dar vida. De poco sirven los bonitos sermones si no se acompañan de obras que muevan los cimientos de la existencia. No sirvieron de nada los panes multiplicados ni los ciegos curados. No fueron los pasos sobre el mar de Galilea los que salvaron la humanidad. Ni los resucitados, ni los saciados, ni los protegidos. Fue Jesús, el único salvador y lo sigue siendo. Lo veremos durante la Semana Santa. Mientras tanto, nos quedamos en que unos griegos querían ver a Jesús… aunque no entendieran lo que veían.
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Oración
Señor de la Cuaresma, Trigo del Pan de Vida, Jesús nuestro, a ti acudo hoy porque deseo ver, porque deseo seguir y seguirte, porque quiero vida nueva y que sea eterna. Amén.
Juan Luis Calderón es teólogo, acompañante espiritual, escritor y conferenciante. Licenciado en Teología por la Universidad de Navarra y licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana. Lleva en el ministerio 25 años, 17 de ellos en Estados Unidos. Dedica sus esfuerzos a desarrollar nuevos lenguajes que promuevan el crecimiento espiritual y la formación pastoral de los hispanos en un contexto multicultural y multilingüístico.