1 de abril de 2018
Domingo de Pascua, B
Lecturas: Hch 10, 34a. 37-43 | Salmo 117 | Col 3, 1-4 | Jn 20, 1-9
San Juan nos cuenta lo que sucedió el día de la resurrección. Comienza diciendo que era “el primer día después del sábado” (Jn 20:1). De este modo, nos situamos en el tiempo y en el espacio donde ocurrió. Esto nos permite seguir el hilo de los acontecimientos en orden cronológico.
Jesús resucitó de entre los muertos. Eso significa que, tras ir de la vida a la muerte, pasó de la muerte a la vida. En un breve espacio de tiempo cambió de estado. Mucho nos han predicado sobre el aspecto espiritual de la resurrección, sobre el triunfo de Jesús y su glorificación. Pero también hay un lado humano: volver a la vida y ver cómo se continúa. Es lo que yo denomino: “hacer que el día siguiente se convierta en el primer día”.
La resurrección no elimina el pasado. No hace que la persona sea tan distinta que deje de ser ella misma. Ella guarda la memoria y los recuerdos. La vida de todos ellos cambió de orientación. ¡Lo que les había sucedido fue algo muy grande! No se puede regresar y ya está. Ellos habían muerto y sus familias habían comenzado el luto. Lázaro, incluso, estuvo en su tumba.
El hijo de la viuda siguió viviendo con su madre y ocupándose de ella. La hija de Jairo siguió con su familia. Lázaro continuó su vida cerca de sus hermanas. No sabemos cómo aunque la Leyenda Áurea medieval nos cuenta varias opciones.
Sí sabemos lo que pasó con Jesús el Cristo. Él resucitó de entre los muertos glorioso y triunfador, pero aún con las heridas visibles de los clavos y la lanzada (Jn 20:25). Ellas eran más que una marca para facilitar la identificación (¿cuántos crucificados y alanceados vivos caminaban por Jerusalén?). Eran ante todo memoria viva de la injusticia, testimonio de la barbarie, recuerdo del complot, la mentira, la desolación. Eran la encarnación del “justo perseguido” cantado por el Salmo 7.
Tomás mete los dedos en los huecos clavos y se acusa no de falta de fe en la resurrección, sino de cobardía y traición. Él no estuvo a los pies de la cruz. ¡Ni los demás! Sólo Juan. Siempre me queda la sospecha de que se atrevió a seguir cerca de Jesús porque conocía a Anás, jefe de los sacerdotes (Jn 18:15); tráfico de influencias puesto en acción. Pedro lo había negado tres veces (Jn 18:27). Todos se escondieron: unos encerrados por miedo a los judíos (Jn 20:19) y otros huyendo (Lc 24:13). Este es el bonito panorama que Jesús encuentra el día de la resurrección.
La actitud de Jesús marca el rumbo de la historia en ese reencuentro. Él pudo presentarse ante ellos dando gritos y echando en cara todas aquellas atrocidades: la falta de amor de aquellos a quienes llamó amigos (Jn 15:15), la falta de solidaridad de los que bien que se saciaron de panes y peces multiplicados (Mc 6:42), la falta de caridad de los que fueron perdonados de sus pecados. Jesús tenía todo el derecho a obrar así y liarse a latigazos con ellos, como había hecho con los mercaderes (Mt 21:12-17). Pero no lo decidió así.
Jesús decidió que aquel fuera “el primer día” de la nueva humanidad. Por eso volvió a explicarles las Escrituras a los discípulos de Emaús, a traer paz a los corazones afligidos de los apóstoles, a acoger a Tomás y sus planteamientos intelectuales. ¿Y a Pedro? ¡Ay! ¡A Pedro lo resucitó sin que se hubiera muerto! Jesús el Cristo los visitó uno a uno hasta sumar a 500 hermanos (1Co 15:6), a Pablo (1Co 15:8) y a tantos millones después hasta llegar a usted y a mí.
En vez de juzgarnos, condenarnos y darnos nuestro merecido, Jesús nos perdona y ama. Nos sana de nuestras parálisis de piernas y de alma; nos perdona la ceguera de no ver lo evidente de su amor. ¡Nos da Pascua!
Todo esto comenzó un día como hoy, cuando Jesús decidió que no fuera un “día siguiente”, sino “el primer día” de la nueva humanidad.
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Oración
Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Aleluya. Amén.