Miércoles de Ceniza
1 de marzo de 2017
Lecturas: Jl 2: 12-18 | Salmo 50 | 2 Cor 5: 20–6, 2 | Mt 6: 1-6. 16-18
Pues vaya. Parece que el año pasado no terminamos la tarea y no nos convertimos del todo. Porque según cuentan, hoy comienza la Cuaresma. De nuevo. Así que una vez más los de siempre nos pondremos a lo de siempre para… ¿obtener los resultados de siempre? Si hacemos lo de siempre, desde luego. Pero también puede ser distinto. Por eso la Iglesia vuelve a proponernos el tiempo de Cuaresma como un gran tiempo de reflexión, examen y cambio.
El fariseísmo sigue siendo una enfermedad del presente. Ésta consiste en querer salvarse cumpliendo la ley por encima, pero sin tocar la raíz del problema. Todavía hay muchos “sepulcros blanqueados” que, por mucho que los decoren, siguen siendo tumbas. Y, peor aún, unos cuantos de esos se erigen como maestros para enseñar a los demás que basta cumplir ciertas prácticas y todo está solucionado. Pero no, no funciona así. Por eso hoy comienza de nuevo la Cuaresma.
El fariseísmo sigue siendo una enfermedad del presente.
La enseñanza de la Iglesia es muy clara al hablar del ayuno, la limosna y la oración. Todo esto son expresiones de la penitencia interior. Se trata de actos visibles que hablen de la conversión de la persona con relación a sí mismo, a Dios y a los demás (Catecismo 1434). El sentido de estas prácticas cuaresmales se relaciona con el proceso de la conversión. La pobreza espiritual de muchos, transmitida de generación en generación, junto a una pobre catequesis, han popularizado la falsa creencia de que basta cumplir con unos cuantos ritos para tener la conciencia en paz.
Nada nuevo bajo el sol. Jesús denunció esta actitud hace veinte siglos y así seguimos. El Evangelio que proclamamos este día en nuestras celebraciones sirve para iluminar lo que hacemos. Jesús claramente hizo el diagnóstico de la enfermedad: vivimos demasiado hacia afuera, demasiado preocupados por aparentar y aparecer, por ser famosos o guapos, aunque seamos sólo fachada. Qué mal. Dedicamos tanto tiempo a lo exterior (que es común a todos) y descuidamos aquello que nos hace verdaderamente únicos: el alma.
Nuestra excusa: el alma está dentro, muy dentro, y no la vemos. Cierto. Pero también es cierto que se nos dan las herramientas para llegar a ella. Por eso Pablo grita desesperado y lleno de fe: “Dejaos reconciliar con Dios” (2 Co 5:20). Porque depende de nosotros que se suceda. Dios ya nos dio lo necesario. Sólo hay que ir a buscarlos. Pero eso sucede dentro de nosotros mismos. Muy dentro. En lo escondido.
¿Usted ve en lo escondido? Pues se puede. Lo he visto, como acompañante espiritual, al caminar ese proceso de interiorización junto a muchos. San Agustín buscaba fuera a Dios, dando tumbos, pero se llevó una gran sorpresa al encontrarlo dentro de sí. Así que no sea perezoso esta Cuaresma y póngase serio con usted mismo. Recuerde: “ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación” (2Co 6:2). También para usted.
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Oración
Soy polvo y en polvo me convertiré. Pero no polvo de destrucción, sino como el polvo de los materiales de construcción, que sirve para edificar espacios nuevos de encuentro y amor. Quiero renunciar a lo que no me sirve y completarme de aquello que me asemeja a Dios. Amén.