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Juan Luis CalderónJune 11, 2017

Solemnidad de la Santísima Trinidad

11 de junio de 2017

Lecturas: Ex 34: 4b-6. 8-9 | Daniel 3 | 2 Co 13: 11-13 | Jn 3: 16-18

El P. Jesús Diez, mi profesor de Teología Dogmática, concluía su curso sobre la Santísima Trinidad (varios cientos de páginas de pura y dura teología sin concesiones) diciendo: “Pero la Santísima Trinidad es un misterio y los misterios no se explican”. Después de una breve pausa, seguía: “No sabía si poner esta frase al principio o al final del libro. Decidí ponerla al final, porque si la pongo al principio se hubieran ahorrado estudiar el tratado”. Y se reía con media sonrisita, socarrona.

Quizás tenía razón mi profesor al pensar que caeríamos fácil en la tentación de no estudiar el difícil tratado o de ni siquiera hacer el intento de comprender esa verdad de nuestra fe. Porque sin duda se trata de una realidad difícil de poner en palabras. Pero no por ello deja de ser necesario meternos en el misterio. ¿Por qué? Porque es el misterio de Dios a quien amamos y a quien debemos todo. Enfrentarnos a la teología complicada es un acto de amor más que de ciencia. Porque nos mueve el interés por conocer a quien nos importa. En este caso, Dios.

A mi juicio lo más complicado de entender es el motivo de Dios para meterse en este lío con nosotros. Sí, ya sé que la respuesta es por amor. Pero desde siempre me ha costado entenderlo. No soy el único que tenía clara esta cuestión. El mismo Moisés partía de esta premisa cuando oraba: “Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya” (Ex 34:9).

No basta en quedarnos con la idea de lo malos que somos nosotros y lo bueno que es Dios; que, a pesar de lo miserables que somos, Él decide salvarnos; y otras afirmaciones con poca sustancia que plagan ciertos libros de espiritualidad. Esa sería otra triste tentación, cargada de fatalismo.

No perdamos de vista que, si Dios nos ama, no es porque no le queda más remedio (ya que Él es amor, 1 Jn 4:8), sino porque elige amarnos y amarnos mucho, hasta el extremo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3:16). Es tan difícil amar a los que somos difíciles y no nos dejamos amar. Por eso muchos hablan de Dios como si se tratase de un salvavidas heroico que hace lo que no hace falta hacer y lo hace porque es muy generoso y desprendido. Ese parece más un ricachón echando migajas a los pobres. Y Dios no es así.

Las lecturas bíblicas que la liturgia propone para esta fiesta de la Santísima Trinidad ponen todo esto en perspectiva. Después de saber que Dios nos hace su pueblo aunque somos difíciles y pecadores (Ex) y de que Cristo murió para que tengamos vida eterna (Jn), la segunda lectura nos dice que todo puede corregirse y mejorarse. Podemos transformarnos una comunidad con Dios y así vivir lo mismo que vive la Santísima Trinidad: “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo” (2Co 13:14).

La propuesta de Dios es mucho más que ser el creador de todo y, sobre todo, de nosotros mismos, de nuestra vida. Es más que salvarnos de un destino de pecado y perdición. Es más que hacernos templos espirituales. Dios nos muestra que Él es amor. Dios no es un depósito de amor, sino que es amor. El amor se vive al actuarlo. Eso pasa dentro de Dios porque es Santísima Trinidad. El amor verdadero no es ni teórico ni almacenado, sino que es puesto en práctica y dado.

Celebrar la Santísima Trinidad nos abre a ese complicado mundo divino. Digo complicado no porque sea difícil, sino porque es mucho más abierto y generoso que nuestros criterios, nuestros planteamientos y nuestra fantasía. La tentación de no estudiar o intentar entender la Santísima Trinidad no es tanto una negativa intelectual, como el temor a implicarnos con un Dios tan lleno de amor que nos va a arrastrar a amar generosamente y hasta el extremo, como Él hace. Celebrar hoy es más que mirar el misterio desde fuera. Es dejarnos interpelar y aceptar la divina invitación de entrar en la comunidad de amor.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

Oración

Señor, abre mi mente al misterio y mi corazón al amor. Ayúdame a conocerte para amarte más y mejor. Inspírame para hacer como Tú haces y ser cada día un poco mas como Tú eres. Señor, yo también quiero ser comunidad de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

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