Solemnidad de Asunción de la Santísima Virgen María
15 de agosto de 2017
Lecturas: Apoc 11: 19; 12, 1-6. 10 | Salmo 44 | 1 Co 15: 20-27 | Lc 1: 39-56
Me da la sensación que a veces perdemos el horizonte histórico al hablar de Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, nacido de una mujer (Gal 4:4). La historia de la salvación está compuesta de muchos momentos y situaciones. Un proyecto que tuvo que revisarse para dar espacio a todos los seres humanos, de toda época y nación. Empezó con un planteamiento nacional (el judaísmo), que se amplió con un afán universalista. Fue por encima incluso de las culturas, las épocas y los vaivenes políticos, sociales y geográficos.
La infinitud de Dios es absoluta; por eso su encarnación también lo es. Aunque se produjo en un contexto concreto para establecer su base, no podía quedarse encerrada en los límites espacio-temporales. Aunque Dios se hizo hombre en Jesús, el nazareno del siglo I, su mensaje y obra, por ser de Dios, pretenden y alcanzan mucho más.
Lo sabemos bien: Dios prometió un salvador y eso se cumple en Jesús. Pero no se detiene en la humanidad del nazareno. Es importante cuándo y dónde sucedió. Ahora, en vez de valorar este acontecimiento, lo entendemos como antesala de lo verdaderamente grande: la resurrección. Es en ese momento de la historia –cuando el evento concreto se vuelve atemporal– donde lo extraordinario se convierte en lo natural. Así nace un nuevo mundo.
Nuestra naturaleza humana vive encarnada. Por eso necesitamos puntos de referencia concretos donde fijar nuestra atención. La alianza establecida entre Dios y los hombres se “encarnó” en un arca donde se guardaban todos los testimonios de esa relación humano-divina. Durante siglos es el arca de la alianza quien centra los movimientos del pueblo de Dios. Pero en Jesús se dio un paso tan grande que todas las referencias quedaron pequeñas: desde el arca hasta el templo, desde el concepto de pueblo como nación a la palabra expresada en una serie de libros.
La nueva alianza exigía una renovación completa. El proyecto de Dios se ampliaba tanto al enviar a su Hijo como salvador, que ya no podría ser entendido si se deja intacta lo que hasta entonces había su “encarnación” judía. Dios no reniega al judaísmo (“cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada, porque ‘los dones y el llamado de Dios son irrevocables’ (Rm 11,29)”, Francisco, Evangelii Gaudium, n. 247), sino que lo hace más grande y en categorías comunes a todos los humanos por encima de cualquier división.
La “madre” es una experiencia común a todos.
Nuestra Madre la Virgen María se convierte así en una figura clave de la humanidad nueva. La mujer, la madre, la discípula, la que vive su fe y su amor de modo incondicional e ilimitado. Es algo que cualquiera puede entender y sentirse solidarizado. La “madre” es una experiencia común a todos. Cuando Dios pone rostro materno a su encarnación, envuelve completamente a los seres humanos. Por eso regresamos una y otra vez a María. Por mucho que haya quienes destaquen ciertos “excesos” en la piedad católica al expresar amor y devoción a la Virgen María, no podemos reducirla.
Al contrario, la Virgen María es uno de los mejores personajes de la historia, tanto a nivel religioso como a nivel humano. Quien quiera comprender la pasión de Dios en su amor por nosotros, tiene el mejor ejemplo humano en la manera de amar de una madre. Basta mirar la entrega dedicada de toda madre y elevarla a la enésima potencia para comprender el sacrificio de Dios. Quien no comprenda por qué Dios nos da una nueva oportunidad una y mil veces más, que pregunte a una madre hasta dónde es posible apoyar a un hijo.
Hoy celebramos la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. No es nada tan milagroso si miramos con los ojos de Dios. Es parte del plan previsto y esperanza para todos. La Asunción es un modelo para la nueva humanidad y el lugar merecido para la Madre de Dios y de todos.
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OraciónMaría de la fe inmensa y de las manos trabajadoras. Madre de la humanidad de Dios y de la divinidad a la que nos invitan. Madre de Dios y madre nuestra. te rogamos que cumplas tu vocación: sé nuestra madre. Amén.