22 domingo del Tiempo Ordinario
3 de septiembre de 2017
Lecturas: Jer 20: 7-9 | Salmo 62 | Rom 12: 1-2 | Mt 16: 21-27
Me preguntaba un amigo en estos días de dónde viene mi empeño por cambiar el mundo. Él lo decía a propósito de mi esfuerzo (“lucha” lo llamó él) por convencer a quien lee esta columna en America cada semana. Dice este amigo que se nota la energía que le pongo a enviar un mensaje de esperanza cristiana. Según él, la vida me ha dado ya demasiados golpes para seguir siendo un utópico (¡qué bien me conoce!) y sin embargo sigo en la brecha.
Me hizo gracia la pregunta. Yo queriendo cambiar el mundo… Eso piensa alguien de mí. Le di vueltas al asunto y sí, creo que sí, que es verdad. En el fondo sigo confiando en que el futuro será mejor. Semana a semana deseo enviar ese mensaje a los lectores que me permiten la comunicación leyendo esta columna.
Normalmente uno hace lo que le sale, lo que sabe o lo que puede. Damos lo que tenemos de la mejor manera posible simplemente porque nos nace. Me gusta pensar que “todo el mundo es bueno, pero se les olvida”. Por eso alguien tiene que recordárselo. Y aquí estamos.
Solemos decir que el amor es ciego, pero no es verdad. Mucho más ciego es el odio, porque este rechaza y destruye sin mirar, sin considerar, sin evaluar.
¿El origen de mi esperanza? Jesucristo. En ese nombre se encierra todo lo que tiene sentido en mi vida. Tan simple y tan complicado a la vez. Podría intentar explicar mis sentimientos y pensamientos hacia Jesús de Nazaret, pero es más sencillo remitirme a las palabras del profeta Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer 20:7). Los que nos hemos enamorado alguna vez lo entendemos bien. Cuando uno se enamora, ya no hay nada más que hacer; porque el amor da sentido a la vida de un modo completamente nuevo y total. Todo nace y culmina dentro de ese sentimiento por la persona amada; todo tiene sentido cuando es compartido con ella. Todos los esfuerzos merecen la pena cuando es por el bien de los dos juntos.
Solemos decir que el amor es ciego, pero no es verdad. Mucho más ciego es el odio, porque este rechaza y destruye sin mirar, sin considerar, sin evaluar. Prueba de ello es el terrorismo que estamos padeciendo. El amor lo puede todo, lo sabemos bien y san Pablo lo expresó de una manera increíblemente hermosa en el capítulo 13 de la Primera epístola a los corintios. Es más que un bonito texto para bodas; es la esencia de cómo decir por qué estoy escribiendo esta página y por qué usted la está leyendo.
El amor nos ayuda a descubrir lo que está oculto a los ojos de los demás. Nos permite acceder a lo más profundo de las personas y de sus circunstancias. Sobre todo, nos permite acceder al interior de nosotros mismos, a nuestro mejor yo, a nuestros más tiernos sentimientos y a nuestra capacidad de luchar por algo con pasión.
Si todo es tan bonito, ¿por qué la gente no ama más? ¿Por qué hay tanto odio y rechazo en el mundo? La respuesta también nos la ofrece una lectura hoy: El amor a Dios nos hace fuertes por un lado y vulnerables por otro. Nos llena de ilusión y nos descompone a la vez. Porque cuando amas a Dios te das cuenta de que necesitas más y más de él. Lo dice como nadie el Salmo 62: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (Salmo 62:2).
Aquellos que no aman, que odian y que discriminan son los cobardes que se creen que “es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Son los que se refugian en su estrechez de mente y corazón para sentirse falsamente seguros. Son aquellos a los que Jesús avisó que así no se puede y por eso les dijo que se apartasen de él como hijos de Satanás (Mt 16:23) vendiendo miedo camuflado de amor o justicia.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a amar y a proclamar libre y abiertamente lo enamorados que estamos. Dígaselo a aquellos con los que se reúna hoy; sobre todo en familia, que es con quien más fácil debería ser sincerarse y dónde más falta hace que se conozca los sentimientos de nuestro corazón. Cuéntense los unos a los otros qué aman y a quién. Eso hizo Jesús a cada paso y con quienes se encontró. Eso hizo hasta con Pedro, al que dirigió palabras duras como las de hoy.
Así ayudaremos al mundo a entender que el amor no es ciego, sino todo lo contrario: que sólo el amor nos enseña a ver la verdad.
Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
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Oración
Dios del amor que nos amas y nos animas a amar, trasmite mucho amor a todos y valor para amar sin reservas. Amor para acoger. Amor para entender. Amor para perdonar. Amor para madurar. Amor para amar de verdad. Amén.