23 de noviembre de 2017
Día de Acción de Gracias
Lecturas: Sir 50:22-24 | Salmo 145:2-3, 4-5, 6-7, 8-9, 10-11 | 1 Cor 1:3-9 | Lc 17:11-19
Cuando era niño, en la escuela nos enseñaron a conjugar los verbos. Todos los compañeritos a coro repetíamos: “Yo soy, tú eres, él es, nosotros somos, vosotros sois, ellos son”. En una especie de canción sincopada, además de los verbos, nos enseñaban mucho sobre la identidad humana. Después del verbo ser, nos enseñaron el verbo estar. Después, amar y tener. Más adelante, ir.
Me imaginaba que el verbo ser, el primero y más importante, era irregular porque “cada quien es de su padre y de su madre”, como decía mi abuela. Sin embargo, amar, comprender, evolucionar, conceder, meditar son verbos regulares porque todos deberíamos ser así. Esas componendas me hacía yo mientras trataba de pasar los exámenes de Lengua Española y encontrar mi lugar en el mundo.
Por desgracia (y siguiendo con mi pseudológica infantil), supe que temer, envidiar, fracasar son verbos regulares también; y me los imaginé ocupando espacio en mi lista de cosas por vivir. La gran sorpresa de aquel juego de palabras y conjugaciones fue que morir era un verbo irregular. Tal vez la gramática nos iba preparando para el gran misterio pascual aunque nuestras cabecitas de cristianos incipientes aún no le daban vueltas a tan altos pensamientos.
Celebramos la fiesta del Día de Acción de Gracias. El verbo que nos toca conjugar hoy es el verbo agradecer. Es un verbo irregular. ¿Será por eso que muchos no agradecen? Sin embargo, debería convertirse en la actitud que sostiene nuestro entramado social y religioso. Debemos dar gracias no sólo en un día oficial –como hacemos hoy en Estados Unidos– sino cada día y a cada quien. En lo que llegamos a eso, bien está tener al menos una jornada nacional de agradecimiento aunque sea mirando al pasado.
La palabra de Dios en este día nos inspira profundamente a la hora de agradecer. El Evangelio es provocador con los diez curados (Lc 17:11-19) y el único que regresó a dar gracias a Jesús. No es que Él lo necesite ni que el agradecimiento le aporte gloria o fama o lo haga sentir bien. Lo importante cuando damos gracias es reconocer la presencia beneficiosa del otro, apreciar lo que hizo o no hizo, lo que dijo o no dijo.
Dicho de otro modo, igual que tenemos los pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión, también tenemos las bendiciones de pensamiento, palabra, obra y omisión que recibimos de alguien más. Sí, también “bendiciones de omisión”, cuando el otro no nos da lo que le pedimos y no nos conviene; o no nos dice algo que no serviría para nuestro crecimiento; o nos da una nueva oportunidad. Agradecer es reconocer que otra persona estuvo ahí para mí y fue algo bueno y positivo, o sea una bendición.
Toda bendición viene de Dios. Por eso hay que dar gracias a Dios también. No sólo al quien que nos cura en el nombre de Dios (aquellos leprosos no sabían que el Nazareno era Dios), sino al Dios que lo posibilita. Cuando Jesús dice a los leprosos que se presenten a los sacerdotes (Lc 17:14a), pedía algo más que una cuestión legal. Quizá les insinuaba que la sanación que pronto les ocurriría (quedar sanados, Lc 17:14b) viene de Dios y a Él deben agradecer. Agradecer, de nuevo, es reconocer la presencia; en este momento la presencia de Dios. Aquellos diez hombres se encontraron con Dios aquí en la tierra, incluso estando enfermos, incluso siendo pecadores. ¿Cómo no darse cuenta?
Por desgracia muchos nunca se dan cuenta de que alguien más les facilita la vida o les da ocasión de crecer. Muchos otros no quieren darse cuenta porque temen depender o que otros dependan de ellos. Jesús de Nazaret nunca actuó así. Él agradecía y se implicaba; pedía favores y los hacía; daba amor y lo recibía. No se dejaba vencer por el miedo.
Sus discípulos recibieron esta enseñanza importante. Pablo nos sirve de ejemplo al comenzar su Primera carta a los corintios diciendo: “Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia que Dios ha derramado sobre ustedes por medio de Cristo Jesús” (1 Cor 1:4). ¡Qué hermoso mensaje para abrir un diálogo!
Hoy en los Estados Unidos vamos a dar gracias de diferentes maneras. Conjugaremos muchos verbos hoy, de palabra y de obra. Saludaremos, rezaremos, cocinaremos, compartiremos, nos reuniremos y agradeceremos. Ojalá que al final todas esas conjugaciones se resuman en una: conjugar el Verbo.
Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.
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Oración
Hablaré de tu grandeza, mi Dios y Rey;
bendeciré tu nombre por siempre.
Diariamente te bendeciré;
alabaré tu nombre por siempre.
El Señor es grande y muy digno de alabanza;
su grandeza excede nuestro entendimiento.
De padres a hijos se alabarán tus obras,
se anunciarán tus hechos poderosos.
Se hablará de tu majestad gloriosa,
y yo hablaré de tus maravillas.
Se hablará de tus hechos poderosos y terribles,
y yo hablaré de tu grandeza.
Se hablará de tu bondad inmensa,
y a gritos se dirá que tú eres justo.
El Señor es tierno y compasivo,
es paciente y todo amor.
El Señor es bueno para con todos,
y con ternura cuida sus obras.
¡Que te alaben, Señor, todas tus obras!
¡Que te bendigan tus fieles!
¡Que hablen del esplendor de tu reino!
¡Que hablen de tus hechos poderosos!
¡Que se haga saber a los hombres tu poder
y el gran esplendor de tu reino!
Tu reino es un reino eterno,
tu dominio es por todos los siglos.
(Salmo 145:1-13)
Miguel de Unamuno, en su poemerio "Teresa" hace decir a un supuesto Poeta sobre su novia muerta: "Hoy conjugas el Verbo Divina ". Una interedsante descripcion de lo que haremos en el Reino!!!