25 de febrero de 2018
Segundo domingo de Cuaresma, B
Lecturas: Gn 22: 1-2. 9-13. 15-18 | Salmo 115 | Rm 8: 31b-34 | Mc 9: 2-10
Han pasado apenas unas semanas desde la Navidad, pero suceden tantas cosas en la vida ajetreada que nos traemos que ya casi ni nos acordamos. Con tanto trajín diario, consumimos tiempos, celebraciones y cosas como si fueran todo lo mismo. La Navidad dura dos ratos y ahora con la Cuaresma nos pasará parecido como nos descuidemos. Por ese motivo necesitamos ponernos un poco más serios durante este tiempo especial. No porque sea especial ni de penitencia, sino porque ha llegado la hora de tomar conciencia de nuestra existencia y vivirla de verdad.
Mire a ver si ésa es una de las cosas que debería usted trabajar durante la Cuaresma: vivir con más conciencia. Si no puede vivir más “despacio”, al menos vivir con más conciencia, con más conexión con uno mismo y con los demás. El objetivo es que la vida se llene de vida, de amor y de relaciones que hagan sentir pleno. Que al acostarnos cada noche podamos sentir interiormente la satisfacción de los apóstoles cuando dijeron a Jesús: “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Pero con paz, con armonía, con propósito. Que esta Cuaresma podamos ralentizar la vorágine cotidiana y vivir mejor después.
Han pasado apenas unas semanas desde la Navidad y ya nos hemos olvidado del gran regalo que recibimos: un hijo, el Hijo. Leíamos entonces en el profeta Isaías: “Porque un hijo nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9:6). Lo del regalo iba en serio. Dios nos dio a su Hijo y asume completamente las consecuencias del regalo. La Navidad está en función de la Pascua.
Por eso hoy la Sagrada Escritura nos recuerda el don del Hijo una vez más y ya con el propósito bien definido. Dios está con nosotros. Nos llena con sus palabras de vida eterna. Con sus milagros nos sana. Con su esperanza nos alivia. Con el perdón de los pecados nos restaura. Con su abrazo cariñoso y sincero se mezcla con nosotros hasta llegar a entregar la vida.
De lo que hoy hablamos se puede contemplar desde tres partes: (1) quién regala y por qué, (2) el regalo y (3) quién recibe y cómo.
(1) El regalo es Cristo. El Hijo es un don para nosotros. Su existencia como Dios encarnado está orientada a nosotros. Es Dios-con-nosotros y para-nosotros. El sacrificio se vive menos como sacrificio cuando se toma como misión y da sentido a la vida. Jesús vive con alegría y esperanza su tarea predicadora y sanadora, mientras se prepara para el sacrificio último. Esto no es más que la conclusión lógica de quien ha entregado ya desde antes la propia vida. Porque el Hijo fue el regalo del Padre a sus otros hijos, pero después El mismo se da.
(2) Los receptores del regalo. La clave no es simplemente que te den el regalo, aceptarlo y ya está, es mío y hago lo que quiero. Haciendo así es que nos convertimos en simples consumidores; o peor aún, en acumuladores de cosas. Juntamos regalos valiosos a regalos inútiles y los abandonamos en el fondo del armario de las prisas diarias. Cuando Dios regala no lo hace sólo para quedar bien ni porque ha llegado el Día del Amor y la Amistad ni el cumpleaños. Dios sabe lo que necesitamos y lo da. Ese regalo no es una cosa, sino un don. Como tal ha de recibirse, a riesgo de no acogerlo como conviene. Por eso se precisa esa toma de conciencia de quién regala y con qué propósito.
(3) Dios es el dadory el que sabe sobre regalos útiles. Por eso no permite a Abraham que se convierta en un acumulador de regalos. Al contrario, lo mantiene siempre atento a esa sensibilidad que se precisa para mantenernos en el verdadero camino. Abraham fue llamado a ser el primero de una nueva humanidad. Dios lo educa incluso con métodos que a nosotros nos parecen demasiado fuertes, incluso crueles, como el presunto sacrificio de Isaac. La pedagogía divina puede parecernos agresiva hoy, pero sin duda efectiva. No creo que Abraham olvidase la lección de que “Dios lo da y Dios puede quitarlo si es lo que nos conviene según su designio”.
No nos perdamos en el drama final. Regresemos a lo que cuenta: Dios tenía un Hijo y lo compartió con nosotros como regalo de Navidad.
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Oración
Dame, Señor, las ganas de querer vivir esta Cuaresma con la alegría de la Navidad. Que sepa acoger los regalos de la bendición y de la conversión con el mismo espíritu abierto del hijo que está junto a su Padre. Amén.