Jesús y Juan actuaban como verdaderos médicos. Se interesaban sinceramente por la salud espiritual de aquellos que se les acercaban. Por eso a veces sus palabras eran de denuncia, pero siempre cargadas de amor. Porque sólo con amor se puede decir la verdad dolorosa a los demás.
De poco sirve recordar la encarnación de Cristo si no nos impulsa a preparar su venida gloriosa. Usamos la Navidad para grandes fiestas. Ahora, ¿hasta qué punto nos inspiran éstas a transformar el mundo y preparar los caminos del Señor?
La paradoja no es que Jesús haya elegido ser rey con estilo propio, sino que aún nos dejamos seducir por los otros modelos de realeza. Se nos llena la boca hoy con este trono de la cruz y su corona de espinas, pero buscamos todavía ocupar los primeros puestos.
¿Cómo puede la Iglesia continuar a sostener sus ministerios y ser testigo de las verdades eternas de su enseñanza si sus propios empleados no las aceptan todas?
La fe es mucho más que un asunto de “pidan y se les dará”. Es una actitud de vida, una confianza en que el proyecto de Dios se cumplirá para todos y que el Reino y su justicia prevalecerán.