12° domingo del Tiempo Ordinario
25 de junio de 2017
Lecturas: Jer 20: 10-13 | Salmo 68 | Rom 5: 12-15 | Mt 10: 26-33
“No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno.”
En mi primer viaje a Inglaterra para estudiar inglés, mi profesora nos hizo leer “The Red Badge of Courage”, de Stephen Crane. Es una obra interesante y enriquecedora sobre un joven que va a la guerra (en este caso la Guerra Civil de Estados Unidos, 1861-1865) buscando la gloria, pero se enfrenta al miedo, la huida y al descubrimiento del verdadero valor. Interesante proceso desde la ilusión juvenil a la madurez y su responsabilidad. Un libro a veces confuso, como el humo de las batallas que describe. O tal vez nublado por la falta de seguridad sobre qué es lo correcto y lo equivocado, sobre lo necesario y lo debido. Han pasado los años (y las experiencias) y sigo con esa sensación en la boca como al terminar el libro. Sigo sin tener muy claro de qué va esto del valor, del sacrificio, de los ideales y de cómo llegar a viejo.
Buena parte de nuestra opinión de las cosas depende de la educación recibida y de la perspectiva que adquirimos según vamos creciendo, basados en un contexto sociocultural. El problema surge cuando en vez de prepararnos para pensar, nos educan para obedecer, que se convierte casi en un entrenamiento sobre cómo actuar. Es decir, a cierto tipo de suceso, corresponde cierto tipo de actuación. Vamos a la conciencia como quien va a un recetario para saber la cantidad de cada cosa que se necesita para “hacer las cosas bien”. Ese modelo ha sido sustituido ahora por la formación técnica, donde se pasa de “aprender a comportarnos” a “aprender cómo se hacen las cosas” (pero sin corazón, sin espíritu, robotizándonos).
Por eso regresamos hoy al Evangelio para iluminarnos y aprender. Jesús vuelve a optar por educar en principios fundamentales que sirvan para aprender a tomar decisiones, para actuar, pero sobre todo para construir un estilo de vida, que será expresado en esas actuaciones y decisiones. Esa es una de sus características como maestro. Por eso sus mandamientos se resumen en el amor. La raíz de nuestra formación se debe basar en valores y el amor es el más grande (incluso más que la fe y la esperanza, 1Co 13:13).
El miedo nos paraliza en todos los sentidos, sobre todo en la capacidad de juicio.
En el Evangelio de hoy, Jesús enfrenta una de las cuestiones interiores más sensibles y complicadas del ser humano: el miedo. El miedo nos paraliza en todos los sentidos, sobre todo en la capacidad de juicio. La persona asustada generalmente piensa de un modo lento, confuso y se precipita. Además, no evalúa las circunstancias lo suficiente como para sentirse seguro. Eso es lo que busca la persona y lo que menos consigue a causa del miedo. Sólo puede enfrentar el miedo de un modo equilibrado quien tiene los valores tan profundizados que le salen espontáneamente. De ahí que Jesús presente como alternativa la idea de cuidar lo más importante que tenemos: el alma (Mt 10:28).
El alma es la parte del ser humano que nos relaciona más profundamente con Dios. Todo lo que somos viene de Él. Somos creación de Dios (Gn 1:26-29) y todo nos une a Él. Pero el alma es particular porque se formó del aliento de Dios mismo (Gn 2:7). Es la esencia de cada persona, donde reside su unidad, lo que nos hace únicos e irrepetibles. Además, es la que nos da capacidad para comunicarnos con Dios. Es la que recibe el don del Espíritu Santo por antonomasia. Por todo ello es la parte de nuestro ser que más debemos cuidar, tanto que el único temor posible para nosotros debe ser caer el la tentación de descuidar el alma.
La advertencia es clara y directa: “No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10:28). Quizás no nos parece clara porque Jesús no hace la lista de cosas, personas y situaciones que nos causan este peligro mortal. Pero, porque su enseñanza ya les había instruido sobre la impopularidad que les traería ser amigos de Jesús, el riesgo de fiarse del dinero, el riesgo a ser perseguidos. Jesús avisa de los muchos males físicos que acechan al buen cristiano. Ninguno debe preocuparnos más que perder nuestra alma, sea dando culto a otros dioses o renegando de Cristo Salvador o prefiriendo evitar un dolor actual sin considerar que hay más vida después de esta.
Al final, ese es que eje central de la cuestión. La vida eterna es continuación de esta vida que iniciamos en el vientre de nuestra madre y que desarrollamos en la tierra hasta que lleguemos a la comunión con Dios y con todos en el cielo. pero para eso hay que morir y el miedo a la muerte es otro de los males generalizados de los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Pero ese es otro tema y habrá que dejarlo para otro día. Mientras tanto, cuide su alma y así podremos continuar esta conversación –eternamente– en el cielo.
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Oración
Señor, dame fe para creer, esperanza para soñar, amor para construir y valor para resistir. Para que todo lo mío te tenga presente y todo lo tuyo me alcance. Amén.