29 de octubre de 2017
30 domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas: Ex 20:20-26 | Salmo 18: 2-3, 3-4, 47, 51 | 1 Tes 1: 5c-10 | Mt 22:34-40
Insidia pura; tristeza infinita. Si titulamos la columna de la semana pasada “Preguntas insidiosas”, podríamos llamar la de hoy “Más preguntas insidiosas” o “Intenciones insidiosas”. Los fariseos fueron por Jesús al saber que había dejado callados a los saduceos (Mt 22:34). Vemos de nuevo que unos y otros llegaban a Jesús no para aprender de él, sino para acusarlo de algo. Sobre la decepción que nos causa ese tipo de comportamiento, dejamos lo dicho en nuestro artículo anterior.
Hoy nos enfrentamos a un tema todavía más serio que las controversias anteriores: ¿cuál es el mandamiento más importante? Todo un mundo gira en torno a este asunto. Que los fariseos cuestionen a Jesús de Nazaret es una apuesta fuerte casi definitiva. Es una pregunta de máximo interés y actualidad para los judíos puesto que los mandamientos son el eje religioso y moral de Israel. Para los judíos, recibir los diez mandamientos como Ley de Dios hace que se constituyan como pueblo de Dios. Del mismo modo, los cristianos asumimos aquellos preceptos como un esquema imprescindible sobre el cual construir nuestra vida moral (ver Catecismo Iglesia Católica, nn 2052-2082).
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?” (Mt 22:36). Ellos creían que hacían la gran pregunta, pero se equivocaron. No era la primera vez que los fariseos cuestionaban al Señor. Ahora, en vez de enfocar la pregunta en el sentido correcto, se conformaron con la parte leguleya del asunto. Quizá el mejor ejemplo sobre lo que digo es el de la pregunta sobre el divorcio (Mc 10:1-12). En vez de preguntar a Jesús qué se puede hacer para mantener el matrimonio, le preguntan sobre cómo romperlo legalmente. Entonces, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? En realidad la pregunta significativa sería: ¿qué necesitamos para cumplir con los mandamientos?
La clave no es qué mandamiento es más importante, sino la necesidad del amor para cumplirlos todos. Por eso Jesús altera los términos de la pregunta de los fariseos. El primer mandamiento ya se sabía cuál era: “amar a Dios”. Quedó bien establecido en el momento mismo en que Dios entregó las tablas de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. Jesús, como buen maestro, nos enseña a vivir lo anunciado por la Ley y los profetas. Por lo tanto, la pregunta es incorrecta porque es innecesaria.
Los diez mandamientos se resumen en dos: amar a Dios y a amar al prójimo. Para la Ley de Dios y para Jesús, el mandamiento más importante es “amar a Dios”, porque es el primero y fundamental. Luego añade: “con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22:37). Este primer mandamiento resulta ser el más difícil.
Jesús después resume el resto de la ley en un segundo mandamiento “similar” al primero: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:39). La diferencia está en que a Dios se le ama con todo, mientras que al prójimo se le ama como a uno mismo. Ese todo no se refiere a los instrumentos con los que se hacen obras que indiquen el amor a Dios, sino a la disposición interior de orientar la vida a Dios que es amor. El amor de Dios nos hace crecer en el amor a nosotros mismos y a los demás. Existe entonces una especie de círculo complementario del amor entre Dios y la persona que se retroalimenta.
Al prójimo se le ama como a uno mismo. Esto significa desear para él todo lo bueno que uno desea para sí mismo. La buena intención queda garantizada porque se trata de un corazón que —primero— está decidido a amar a Dios y se llena de su amor para ello.
No se necesita preguntar qué mandamiento es más importante. La lista de los diez de la Ley de Dios es bastante clara de por sí. Se podrá desarrollar en más preceptos concretos (lo que intentará hacer después Israel según se ve en los demás libros del Pentateuco a partir del momento de la entrega en el Sinaí (Ex 20: 2-17) y lo mismo que hace la Iglesia con su doctrina social). Pero todo se basa en la intención de amar. La misma que Dios reparte entre nosotros cada día amándonos e invitándonos a amar.
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Oración
Señor, que mis preguntas sean las correctas. Que mis anhelos sean los tuyos. Que mis esperanzas estén puestas en ti. Que mi descanso sea tu sonrisa. Que tú seas mi todo. Amén.