Allá por 1635, el gran dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca (quién sabe si antepasado mío) escribió un auto sacramental titulado “El gran teatro del mundo”. El tema fundamental de la obra es el de la vida humana como un teatro donde cada persona representa un papel. Vamos a usar ese símil. La historia podría haber sido un monólogo, donde hay un sólo personaje que habla. En este caso, es Dios.
Este drama que es la vida tiene muchos otros protagonistas. Es más bien una obra coral. Cine coral es un término que se utiliza para definir un tipo de cine en el que se presentan varias historias y personajes cuya conexión tiene lugar en un punto de la obra.
Desde que comenzamos el año, estamos comentando la palabra de Dios desde el punto de vista de la responsabilidad. Dios es el protagonista absoluto de la historia porque es quien posibilita la existencia del tiempo, de la creación y de nosotros. Pero al mismo tiempo, nosotros los seres humanos somos coprotagonistas de la acción. Algo así como si un actor famoso compartiese escena en un diálogo con un actor novel desconocido. La acción de lo que pasa da espacio y protagonismo a ese otro que nadie conoce, pero que se convierte en centro de todo en ese momento.
Dios tiene un planteamiento muy teatral o cinematográfico de la vida. Como si de una obra o una película se tratase, la trama de nuestra historia se va desarrollando progresivamente. Descubrimos poco a poco lo que pasa; compartimos los avatares de la existencia de los protagonistas; reímos y sufrimos con los personajes. Nos vamos introduciendo más y más en la acción, hasta llorar, alegrarnos o sentir miedo con ellos. Pero este caso es mucho más intenso, porque no se trata de una ficción, sino de la vida real de nuestra propia historia.
Sigamos con la metáfora de la vida como teatro o cine, ya que nos permite observarnos desde fuera. En el planteamiento de los personajes, podría haber uno principal y otros—los demás—subordinados a él. Pero para la vida real, Dios decidió que todos tuviéramos un papel central. ¡Me toca vivir mi vida! Y a usted le toca vivir la suya. Así es la cosa.
Por si fuera poco, el listón se puso muy alto para los que somos como los actores principiantes y nos toca una escena con el gran actor consagrado mil veces protagonista. Dios nos da un papel tan importante que se puede resumir con la frase “sean santos, porque yo, el Señor, soy santo” (Lev 19:2). Eso significa que nuestra actuación en la vida está llamada a ser de la calidad de la de nuestro compañero de escena, Dios mismo.
Visto así, cada cosa que se nos enseña en la Biblia o en la religión estaría orientada a ayudarnos a vivir el papel destacado que Dios nos ha otorgado. Como vamos a ser su interlocutor, debemos estar en su línea. De ahí esas indicaciones previas para que hagamos bien nuestro papel: “no odies a tu hermano ni en lo secreto del corazón; trata de corregirlo para que no cargues tú con su pecado; no te vengues ni guardes rencor; ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19:17-18).
Ahí empieza el entrenamiento para hacer bien nuestro papel en el gran teatro del mundo. El director no ha indicado claramente por donde va la cosa y lo que se espera de nosotros para que todo el montaje llegue a éxito. Ese es el Antiguo Testamento.
La venida de Jesucristo supuso un gran salto cualitativo en la producción de la obra (de la vida humana sobre la tierra). Cuando ya todos se supone que se sabían su papel, el director dio indicaciones extra para profundizar más cada uno en su personaje. Es entonces que enseñó que no bastaba con amar a quien te ama, sino que en realidad el propósito es amar a todos, incluso a los enemigos (Mt 5:44).
¿Cambio de guión? No. Simplemente clarificación. Así debía ser desde el principio, porque el hilo conductor de la historia es que seamos santos como Él es santo. Y en su santidad absoluta no cabe el odio ni contra los que le odian.
Lo demás es otra historia; la de cada uno.
*Nota: Un auto sacramental es una pieza de teatro religioso, más en concreto una clase de drama litúrgico, de estructura alegórica y por lo general en un acto, con tema preferentemente eucarístico, que se representaba el día del Corpus entre los siglos XVI y XVIII hasta la prohibición del género en 1765.
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Oración
Me hiciste protagonista de mi historia; actor principal de mi existencia; responsable de mis acciones y decisiones. Guíame para que sea capaz de hacer bien mi papel y ayude al mundo a alcanzar un final feliz Amén.