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Juan Luis CalderónJuly 07, 2017

14 domingo del Tiempo Ordinario

9 de julio de 2017

Lecturas: Zac 9: 9-10 | Salmo 144 | Rom 8: 9. 11-13 | Mt 11: 25-30

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla” (Mt 11: 25)

Mis estudiantes se saben bien la historia de mi palabra favorita en español: pordiosero.

Según el diccionario, la palabra pordiosero tiene dos acepciones: 1) Persona que habitualmente pide limosna para vivir; 2) Persona de aspecto desharrapado y perteneciente a un grupo social marginado.

La etimología de la palabra se remonta a la Edad Media cuando los mendigos pedían “¡una limosna, por Dios!” Al añadirle a “por Dios” el sufijo -ero, se obtiene por-dios-ero. De ahí nace la palabra.

Siempre me ha parecido una palabra deliciosa por su profundo significado teológico y espiritual. Ese “¡una limosna, por Dios!” es el grito desesperado de aquellos que no tienen nada y piden ayuda a los demás. Sin embargo, como están conscientes de que no tienen nada que ofrecer para corresponder a la caridad que reciban, piden, no por sus méritos, sino por amor a Dios.

Obviamente lo que me gusta de la palabra pordiosero no es el hecho de la pobreza ni de la necesidad, sino el sentido de confianza en Dios. Los hay tan pobres que sólo tienen a Dios. Y Dios no los deja solos y abandonados. Él se mantiene cercano por su promesa de establecer una alianza con los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar.

Las lecturas de este domingo nos recuerdan el espíritu de los pordioseros: la conciencia de que necesitamos lo más básico y fundamental. Por desgracia, nos perdemos en las muchas cosas que tiene la vida. Nos cargamos de problemas y circunstancias y nos despistamos fácilmente. Seguimos así hasta que algún golpe duro nos “ayude” o nos "fuerce" a recordar. Puede ser, por ejemplo, una enfermedad que nos obligue a cuidarnos, un revés económico que nos haga aprender a ahorrar, la muerte de un ser querido que nos anime a no retrasar esas llamadas de teléfono para las que antes no encontrábamos momento, etc.

Jesús agradece a Dios que al menos alguien se haya dado cuenta de lo fundamental de la vida. Los que se han abierto a ver las cosas desde el punto espiritual y aprecian lo que perdurará componen este grupito selecto. ¿Cómo llegaron a conocerlas? Jesús dice que fue por revelación. Dios habló a todos, pero muchos se dejaron entretener en otras consideraciones, incluso siendo los “sabios y entendidos” (Mt 11:25). Sólo los “sencillos” han aprendido. Conocemos bien la universalidad del proyecto divino, así que no fue Dios quien seleccionó quién sí y quién no.

La pregunta clave es: ¿cómo una persona se convierte en uno de los sencillos? Se me ocurren algunas respuestas. San Pablo responde con palabras teológicas: "Vosotros no estáis sujetos en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros" (Romanos 8:9). Es decir, los que acogen al Espíritu Santo y se dejan iluminar por la luz de la gracia son los que revalúan y conocen la verdad. Da igual lo mucho o poco que tengan materialmente. Se saben en las manos de Dios y se convierten en pordioseros.

Vamos a concretar esta idea con un ejemplo que nos da la palabra hoy mismo. En la primera lectura, el profeta Zacarías nos invita a la alegría porque llega el Mesías. Utiliza unas palabras concretas que nos ayudan a entender lo que yo llamo el espíritu del pordiosero (y que Zacarías posee). Veámoslo:

La llegada del rey a Jerusalén podría presentarse de dos maneras:

  1. al modo de los “sabios y entendidos” de este mundo, que al final son los más despistados. Éstos cuentan la historia triunfal y prepotente del rey que gobierna aniquilando a los enemigos. Sería un “quítate tú para ponerme yo” –la actitud del nuevo rey– sustituyendo al precedente, pero sin cambiar su modo de actuar. ¿Necesitamos un rey así, vengador y egocéntrico, para ser felices?
  2. al modo de los sencillos, de los que saben qué es lo esencial de la vida. En este caso, Zacarías nos dice que llega el rey, pero no nos habla de su gloria personal, sino de que su llegada supondrá la paz para su pueblo y para todos. Qué maravillosa expresión cuando dice “romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos” (Za 9:10). El nuevo rey –si gobierna con su corazón centrado en el bienestar de su pueblo– buscará la paz de todos. Este es el modelo de rey que proclama Zacarías y que encarnan Dios y Jesucristo.

No temamos en convertirnos en pordioseros. Cristo mismo lo hizo siempre, pero sobre todo en Getsemaní y en el Calvario. Sea lo que sea que nos toque pasar, alegrías o penas, riqueza o pobreza, salud o enfermedad, el Señor va a estar con nosotros y nosotros en su amor. Todo se moverá en nosotros por amor de Dios, por Dios, pordioseros.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

En tus manos encomiendo mi espíritu, porque en Ti confío. En tus manos duermo hasta despertar en Ti. Amén.

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