11 de marzo de 2018
Cuarto Domingo de Cuaresma, B
Lecturas: 2 Cr 36: 14-16. 19-23 | Salmo 136 | Ef 2: 4-10 | Jn 3: 14-21
¿Qué pasa si nos convertimos en alguien diferente o en alguien nuevo? ¿En alguien que no sabe quién es? Es muy fuerte. Peor aún: estas cosas suceden por enfermedad, no por voluntad propia.
Cada miércoles por la mañana visito un hogar para personas mayores para dar terapia. Por allí está María (nombre figurado, desde luego), alta (bastante más alta que yo), con su cabello medio despeinado colocado en una cola en su nuca, caminando sin rumbo aparente o sentada en el sofá frente a una televisión que ni mira ni entiende, siempre abrazada a una muñeca. Me cuentan que fue alguien con preparación, catequista y líder comunitario, hasta que un día quedó anclada en el cuidado de su muñeca, recuerdo de una infancia que regresó 70 años después.
Me impresiona mucho conocer las enfermedades neurológicas. Cada una es diferente y, a la vez, son muy restrictivas. Me sacude por dentro, por ejemplo, que alguien vaya olvidándose de cosas poco a poco hasta no recordar quién es. Como mi María de los miércoles.
Frente al “accidente” de la enfermedad que nos roba el pasado, tenemos la bendición de quien decide “olvidar” quien fue para construir una nueva vida. En realidad no olvida, simplemente se enfoca en superar circunstancias pasadas y “reinventarse” en una nueva existencia más plena y feliz. Es la posibilidad de “volver a empezar” tan propia de la Cuaresma.
Frente al “accidente” de la enfermedad que nos roba el pasado, tenemos también el “delito” de quien deliberadamente olvida lo bueno recibido y se sienta en su comodidad egoísta haciendo el mal. Para estos es la Palabra de este domingo. Porque son ellos quienes enturbian el presente de la humanidad y quienes roban la ilusión del futuro.
La primera lectura me provoca una tristeza profunda. El pueblo de Dios (empezando por sus sacerdotes) se olvidó de la Ley de Dios y multiplicaron sus infidelidades. “Olvidó”... bonito eufemismo. Más bien “eligieron” hacer lo que no se debía y que sabían que estaba mal. Se convirtieron en dioses de sí mismos e impusieron sus propias leyes. No olvidaron la bendición que Dios les había dado, ¡la despreciaron! Por eso son culpables.
Tanto quisieron apartar a Dios de su tierra que Dios apartó su mano y entonces llegó la desgracia: la invasión de un pueblo enemigo, la destrucción de una civilización construida según el mandato del Señor, el final de la “tierra prometida”, la deportación. No pensemos sólo en aquellos que perdieron sus casas y su libertad: aquella deportación supuso un gran paso atrás en el progreso de la humanidad. Nosotros hoy respiramos las consecuencias de la infidelidad de aquellos israelitas de hace casi tres milenios.
Cada vez que alguien (individuo o civilización) olvida el recto camino del bien común, la historia involuciona y retrasamos la venida del Señor. Si el “pueblo de Dios” se permite ser infiel, ¿qué podemos esperar de los demás? Si aquellos que fueron llamados a ser fermento de una nueva humanidad se dejan caer en los mismos vicios que los que no conocen a Dios... si la sal se vuelve sosa...
Gracias a Dios (y nunca mejor dicho), Dios no nos abandona. Retiró su mano cuando ya no se podía aguantar más iniquidad (2 Cro 36:16). No perdamos de vista algo fundamental: el pueblo no se olvidó de Dios y su Palabra, porque Dios nunca dejó de recordarles sus designios (2 Cro 36:15), pero ellos se rieron de los mensajeros, del mensaje y de quien los enviaba. Eso fue algo más que la ruina de un pequeño país de la Antigüedad. Fue la ruina de todos.
Las heridas abiertas a lo largo de la historia nos afectan a todos. Si no respetamos a Dios y sus mandamientos, ¿por qué vamos a respetar a los seres humanos? Demasiados casos tenemos en los libros de texto con los que aprendemos en la escuela sobre atrocidades cometidas contra la humanidad. Por desgracia, holocaustos y gulags son aún demasiado cercanos en el tiempo.
Por eso no podemos dormirnos. Parece que no aprendemos la lección. De hecho esta misma semana he leído en la prensa como una funcionaria de educación en México se ha permitido decir que “No deberíamos dar apoyo a niños con discapacidad, ya que más que un apoyo es un gasto que les quitamos a los niños sanos. Los pequeños con alguna malformación o discapacidad no deberían ser admitidos a la sociedad, ya que no aportan nada, sino todo lo contrario, generan un gasto al cual no le veo beneficio" (busquen en internet si quieren saber más; no voy a poner el nombre de esta señora en mi artículo). Indignación total. ¿Todavía barbaridades así? ¿Contra los más indefensos? Por eso ya no nos sorprenden las masacres, los sicarios, los capos elevados a héroes...
Al final, ya no es una serpiente de bronce lo que elevamos, sino al mismísimo Hijo de Dios (Jn 3:14). Lo clavamos en una cruz y nos quedamos tan anchos. Seguimos crucificándolo cada vez que lo hacemos con uno de sus pequeños (Mt 25:40). ¿Será que la crueldad humana no tiene remedio? ¿O que simplemente nos olvidamos de aprender usando la herramienta de la memoria?
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Oración
Señor de la Cuaresma, Padre de la revisión y de la conversión: acompáñame en este proceso de revisar mi vida a la luz de tu Palabra; que el ejemplo de los malos me aleje de su error; que el ejemplo de los buenos inspire mis acciones. Amén.