29 de marzo de 2018
Jueves Santo, B
Lecturas: Ex 12, 1-8. 11-14 | Salmo 115 | 1 Cor 11, 23-26 | Jn 13, 1-15
Hace unos días, el domingo de la quinta semana de Cuaresma, titulábamos nuestra meditación “Querían ver a Jesús”. Reflexionábamos entonces sobre qué movió a aquellos griegos (Jn 12:21) a buscar a Jesús. Hoy hemos llegado al momento culminante. Es en este Jueves Santo que veremos a Jesús tan perfecto y tan completo, tan humano y tan divino, creador y restaurador.
Ver a Jesús es una necesidad fundamental del ser humano. Ver a Jesús es poder ver a Dios. Todos soñamos con eso. Todos deseamos y tememos el momento del encuentro. Quizá porque desde niño nos enseñan que llegar al cielo también implica juicio. El juicio no tiene por qué ser condena, pero casi nos lo parece. Es como cuando un policía te detiene en la carretera mientras vas conduciendo tu automóvil. Te imaginas lo peor, te ves multado y piensas que no has hecho nada mal; pero te entra la duda sólo porque el policía te detiene.
No se asuste. El Jueves Santo es distinto. Tenemos la oportunidad de ver a Jesús en su esplendor. Jesús hecho pan que se parte, reparte y comparte. Jesús es hecho comunidad que se reúne; hecho hermanos que se abrazan porque se quieren; hecho “caridad y amor” (ojalá en su iglesia canten hoy el “Ubi caritas”); hecho misericordia incluso con el traidor y con el perseguidor; hecho justicia para el oprimido, libertad para el secuestrado, salvación para el pecador.
Ver a Jesús es poder ver a Dios. Todos soñamos con eso.
Jesús inaugura un mundo nuevo porque se da como pan de vida eterna que comemos ya en ésta. Así cambia todo, haciendo que Dios mismo sea el alimento. Es el paso siguiente de la ingeniería genética del Señor. Hoy cambia el ADN del universo porque desde hoy comemos el Cuerpo de Cristo. Desde hoy todos formamos un solo cuerpo porque todos comemos del mismo Pan (1Co 12:12). En el nuevo orden mundial (y cósmico, ¿cómo no mencionar esta cristificación del universo?), todos somos protagonistas.
Comulgando en Jueves Santo, cambiemos de actitud. ¿Nos atrevemos a ser como Jesús? Él sabía que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre (Jn 13:1) y que eso implicaba que se acercaba la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:8). Aún así, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13:1). Por eso se despojó de su condición de Maestro y se arrodilló a lavarles los pies (Jn 13:5).
¿Qué era eso comparado con toda la renuncia que había hecho ya al abajarse de su condición de Dios (Fil 2:7-8)? A nadie le echa en cara todo su sacrificio. Actualiza en vez las palabras que meditamos en el quinto domingo de Cuaresma. Habla sobre el grano que no da fruto sino al caer a tierra (Jn 12:24) y predica con el ejemplo. A Judas se le había metido el diablo en el corazón (Jn 13:2) y a Pedro no se le había salido ciertas ideas por mucho que Jesús le había dado sus lecciones privadas.
Entonces Jesús da otra lección magistral: un Maestro de rodillas (Jn 13:7; 13-14); un líder que limpia con sus propias manos (Jn 13:8); el Redentor humillado para que todos seamos glorificados; un cuerpo entregado (Lc 22:19); una sangre derramada (Lc 22:19); pan de Eucaristía; ejemplo a seguir; modelo de cristiano; humanidad nueva (1 Cor 15:20).
Y aquí estamos nosotros para continuarla, sin escribirla en letras de oro, sin colgarla de la pared hecha un cuadro valioso, sin encerrarla entre oro y piedras preciosas. Continuamos esta lección de Cristo viviendo un Jueves Santo nuevo y eterno cada día de nuestra vida, en cada vida de nuestra gente, en cada siglo, cada persona, todos en el Todo que es el Único.
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Oración
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. Amén.
(Salmo 115:12-13)