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Juan Luis CalderónJune 15, 2018
Fotografia: Zach Jiroun/Unsplash 

10 de junio de 2018

10 domingo Tiempo Ordinario, B

Lecturas: Gen 3: 9-16 | Salmo: 129 | 2 Cor 4: 13-5, 1 | Mc 3: 20-35

La lectura del libro del Génesis que la liturgia nos trae hoy comienza relatando que Dios fue a visitar a Adán en el Paraíso. Como haría de costumbre, al no verlo, le preguntó “¿Dónde estás?” (Gen 3:9). Siempre retumba en mí esta pregunta. Es una buena pregunta que Dios le hizo a Adán y que nos podría hacer a todos en cualquier momento de la vida. Si Dios llega hoy y le pregunta a usted “¿Dónde estás?”, ¿tiene usted una respuesta?

La Biblia está llena de respuestas. Incluso podríamos clasificar la historia de la salvación según los esquemas de respuesta a la cuestión divina. En vez de meternos en grandes teologías y misterios, dediquemos La Palabra a repasar las respuestas que encontramos en las lecturas bíblicas de hoy.

La primera respuesta es la de Adán. El primero de entre nosotros, el prototipo, también fue el primero en ser cuestionado por Dios. Desgraciadamente dio una respuesta terrible: “Estoy escondido”. Sincera, pero terrible. Adán temía y se escondió porque estaba desnundo (Gen 3:9). Conocemos la historia y la causa que llevó a tal desastre (el pecado), pero eso ya es irremediable. Nos quedaron también las consecuencias y de ellas hablamos hoy.

El gran miedo de Adán era a verse a sí mismo. El texto bíblico podría haber seguido: “Adán, ¿dónde estás?” “Estoy en la vergüenza de ser capaz de mentir, de engañar, de desobedecer. Estoy en el miedo a volver a equivocarme. Y en el miedo a enfrentar lo que hice”. Por eso se esconde de Dios y de sí mismo. ¿Cómo? Acusando a Eva, a la serpiente, incluso, a Dios mismo (“la mujer que me diste…”, Gen 3:12). Y así seguimos.

La segunda respuesta la encontramos en el Salmo 129. ¿Dónde estás? Estoy en el abismo. Es más que necesidad; es desesperación. Estoy en la ausencia de fuerzas y de ideas. “Desde lo hondo a ti grito, Señor” es la respuesta del Adán que se da cuenta de lo que ha hecho y reconoce su error. De quien acepta que jugó a ser dios de sí mismo al comer del árbol prohibido y fracasó.

Adán, desamparado, reconoce que ha tocado fondo y que sólo Dios puede hacerle renacer de sus cenizas. Por eso esta respuesta “desde lo hondo” es también la respuesta del hijo pródigo, del que está tan vacío que sólo le queda volver su mirada a Dios. Es la respuesta del pordiosero . Es el pecador que deja de mirar su pecado y añora ser hijo: que inicia el perdón de sí mismo pidiendo perdón a Dios. La respuesta abre la posibilidad a todo lo demás. ¿Dónde estás? Estoy en lo hondo, pero también en la esperanza.

La tercera respuesta es la del creyente. ¿Dónde estás? Estoy en la alegría o en la pena, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza. Lo que cuenta no es tanto “dónde estoy”, sino “con quién estoy”. Es la respuesta del fiel que ama a Dios y que mantiene la comunión. Lo que más cuenta es que la condición interna (la espiritualidad) sea más fuerte cada día (2 Cor 4:16). La fe se convierte en la fuerza interior que sostiene la existencia y que relativiza la tribulación (2 Cor 4:17), ya que la vista está puesta en las bondades de la vida eterna (2 Cor 4:18).

La última respuesta por hoy es la de Jesús. Respuesta maestra que sólo el Maestro pudo dar. ¿Dónde estás? Estoy “con mi madre y mis hermanos” (Mc 3:34). Luego añade: “Cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3:35). Es la respuesta del Hijo, del que no solamente vino a salvar del pecado, sino a refundar la humanidad con la fraternidad. Ésta no consiste sólo llevarnos bien los unos con los otros. La fraternidad nace del hecho de que somos hermanos porque somos hijos del mismo Padre. Jesús, nuestro hermano mayor, está donde debe estar: salvándonos del pecado, salvándonos de nosotros mismos, uniéndonos, amándonos y preguntando a cada uno: “Y tú, ¿dónde estás?

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Oración

Estoy, Señor, a tu lado, porque solo Tú tienes palabras de vida eterna. Estoy, Señor, en tu corazón, arropado por tu amor paternal y redentor. Estoy, Señor, en tus manos, porque me sostienes, y en tus brazos porque me acoges. Estoy, Señor, donde debo estar.

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