Los fariseos le preguntan a Jesús: "¿cuál es el mandamiento más importante?" Quizá la verdadera pregunta es más bien: "¿qué necesitamos para vivir según los mandamientos?"
Que cada quien revise su modo de actuar, de dialogar, de proponer, de analizar. ¿Tus preguntas son “insidiosas”? Es decir, cuando te acercas al pensamiento del otro, ¿lo haces con prejuicio o con sinceridad? ¿Buscas conocerlo o atraparlo?
En la vida corremos el peligro de no ser los convidados a nuestra propia fiesta. Algo así como el Niño Jesús en los banquetes de Navidad, que ni está ni se le espera, preocupados como estamos en viandas y vestidos.
Supongo que estos días la prensa trae tantas malas noticias como habitualmente, pero se me hacen más que de costumbre. ¿Será que estoy más sensible con esto de la llegada del fresco del otoño y la nostalgia del verano que se fue? No sé. La cosa es que se me hace mucho más pesado últimamente leer toda esa violencia que nos acecha.
Jesús plantea para ellos dos posibles actitudes: 1) el que conoce, pero rechaza de primeras seguir al Señor; 2) el que aparenta seguir los mandamientos y por dentro hace lo que le da la gana. Los dos son hijos, los dos conocen su responsabilidad, los dos saben que son beneficiarios del campo y sus frutos.
A los ojos de Dios lo que cuenta es que, a fin de cuentas, todos los invitados a trabajar, se pusieron manos a la obra. Benditos aquellos que lo hicieron desde el amanecer porque estuvieron prontos a construir el reino desde temprano y porque, gracias a su esfuerzo, la obra comenzó.